MÁS RECIO QUE UNA ESCOPETA

Durante la lectura del Quijote hay momentos en los que el lector se parte de la risa, especialmente con los refranes, dichos y ocurrencias de Sancho Panza y con escenas hilarantes entretejidas por Cervantes en el cuento. Hay dos de estas escenas que con solo recordarlas me provocan la carcajada.

La primera de estas escenas ocurre en la Primera parte, cuando don Quijote pide a Sancho que le meta los dedos en la boca y le cuente las muelas que aún le quedan después de la pedrada que un pastor le lanzó. La segunda sucede en la Segunda parte, poco antes de que don Quijote acometiese la aventura contra los leones y le pide a Sancho su yelmo, cuando este lo tenía ocupado sirviendo de recipiente con unos requesones que acababa de comprar a unos pastores.

En este artículo me ocupo de la primera escena, dejándote, lector curioso y atento, que leas y releas la segunda escena en el capítulo diecisiete de la Segunda parte, la risa está asegurada, no te lo pierdas.

Estoy inmerso en la segunda parte de la guía de caminos Tras los pasos de Rocinante, en medio de Sierra Morena. Antes de salir a recorrer los caminos y parajes, y fotografiar y anotar detalles para que el viajero no se pierda, vinculo el texto cervantino en el Mapa Topográfico Nacional (MTN25) en la tranquilidad de mi casa. Acababa de anotar los acontecimientos en la Venta de la Inés, la famosa venta del manteo de Sancho, cuando estaba enmarcando el siguiente escenario en medio del Valle de La Tejada, junto al Arroyo del Robledillo: la famosa aventura de los rebaños de ovejas.  

Un rebaño de varios cientos de ovejas en la Mancha. Fotografía de Luis M. Román

«En estos coloquios iban don Quijote y su escudero cuando vio don Quijote que por el camino que iban venía hacia ellos una grande y espesa polvareda, y en viéndola se volvió a Sancho y le dijo:

 —Este es el día, ¡oh Sancho!, en el cual se ha de ver el bien que me tiene guardado mi suerte. Este es el día, digo, en que se ha de mostrar, tanto como en otro alguno, el valor de mi brazo, y en el que tengo de hacer obras que queden escritas en el libro de la Fama por todos los venideros siglos. ¿Ves aquella polvareda que allí se levanta, Sancho? Pues toda es cuajada de un copiosísimo ejército que de diversas e innumerables gentes por allí viene marchando.

—A esa cuenta, dos deben de ser —dijo Sancho—, porque desta parte contraria se levanta asimesmo otra semejante polvareda.» (Q1, 18)

Como ya sabes, no eran dos ejércitos sino dos grandes rebaños de ovejas que por allí pastaban y los dos iban a beber agua a este arroyo. La polvareda debía de ser muy grande porque hasta el mismo Sancho creyó lo que don Quijote le decía sobre quiénes formaban ambos ejércitos enemigos.

Dibujo de Miguel Ángel Álvarez (BIC)

Junto al Arroyo del Robledillo hay un altillo, el mismo al que Cervantes hace subir en la ficción del cuento a caballero y escudero:

«Y para que mejor los veas y notes retirémonos a aquel altillo que allí se hace, de donde se deben de descubrir los dos ejércitos. Hiciéronlo ansí y pusiéronse sobre una loma, desde la cual se vieran bien las dos manadas que a don Quijote se le hicieron ejército si las nubes del polvo que levantaban no les turbara y cegara la vista».

No paraban de salir de la boca de don Quijote nombres y nombres de los principales caballeros de uno y otro ejército, cada uno con las precisas descripciones de sus armas y batallas, así como cada uno de los escuadrones que los formaban. Aunque Sancho prestaba mucha atención no veía a quienes decía ver don Quijote, en cambio, él veía y escuchaba a dos grandes rebaños de ovejas y carneros. Don Quijote diagnostica a Sancho que su miedo le hace cambiar las cosas y que parezcan lo que no son. «Déjame solo, que solo basto a dar la victoria a la parte a quien yo diera mi ayuda. Y, diciendo esto, puso las espuelas a Rocinante y, puesta la lanza en el ristre, bajó de la costezuela como un rayo».

Don Quijote es derribado de Rocinante por dos «peladillas» del arroyo, lanzadas con fuerza y precisión por las hondas de los pastores. Una le dio en el costado y la otra en la mano y en la boca mientras trataba de beber un trago de su famoso bálsamo de Fierabrás. Resultado: dos costillas malheridas y «tres o cuatro dientes y muelas menos».

Los pastores, creyendo que lo habían matado, huyeron con sus ganados y siete ovejas muertas sobre sus hombros. Todo lo vio Sancho desde el altillo, y cuando los pastores se marcharon bajó a socorrer a su amo.

No sé si al imaginar la siguiente escena te partirás de risa o te dará asco, o ambas cosas. Reconozco que yo siento esas dos sensaciones tan contradictorias a la vez. Tanto le dolía la boca a don Quijote que presentía que había perdido algunas piezas de su dentadura, y le pide a Sancho que le mire a ver cuántas le faltan:

«Llegose Sancho, tan cerca que casi le metía los ojos en la boca, y fue a tiempo que ya había obrado el bálsamo en el estómago de don Quijote, y al tiempo que Sancho llegó a mirarle la boca arrojó de sí, más recio que una escopeta, cuanto dentro tenía, y dio con todo ello en las barbas del compasivo escudero.

 —¡Santa María! —dijo Sancho—, y ¿qué es esto que me ha sucedido? Sin duda este pecador está herido de muerte, pues vomita sangre por la boca.

Pero reparando un poco más en ello echó de ver en la color, sabor y olor que no era sangre, sino el bálsamo de la alcuza que él le había visto beber; y fue tanto el asco que tomó, que, revolviéndosele el estómago, vomitó las tripas sobre su mismo señor, y quedaron entrambos como de perlas.» (Q1, 18)

Mientras estaba escribiendo esto, se encontraba, investigando en unos libros deportivos muy antiguos, mi amigo José Manuel, médico oftalmólogo. Me puse a reír, como siempre que leo e imagino esta escena, y me pregunta el motivo. Le describo la escena y que la forma del narrador de describir cómo expulsaba el vómito don Quijote «más recio que una escopeta», me hacía imaginar una explosión de vómito hacia la cara de Sancho, incapaz de esquivarlo.

José Manuel me apunta que en medicina existe el concepto «vómito en escopetazo o en escopeta», cuando este sale, sin náuseas previas, con tanta fuerza que puede llegar incluso a dos metros de la boca. Cervantes no era médico, pero utiliza este término médico acertadamente. Quedamos los dos riéndonos de la escena y tratando de averiguar si este término era anterior al Quijote o fue acuñado así por algún médico  después de haber leído este capítulo.

Detalle del dibujo de John Vanderbank, 1738 (BNE)

Esta escena ha sido dibujada en muchos de los Quijotes ilustrados. En 1738, lord Carteret impulsa la edición ilustrada en castellano con la primera biografía de Cervantes. John Vanderbank realiza los dibujos y en uno vemos cómo Sancho mete los dedos en la boca de don Quijote, mientras los pastores huyen de la escena.

Detalle del dibujo de Jerome David, 1650-1652 (BIQ)

Casi cien años antes, en 1650-1652, en un Quijote en francés, Jerome David dibuja el momento en el que don Quijote vomita «más recio que una escopeta» el bálsamo de Fierabrás que poco antes había tragado. Pero no es fiel al texto: «…y al tiempo que Sancho llegó a mirarle la boca arrojó de sí, más recio que una escopeta, cuanto dentro tenía, y dio con todo ello en las barbas del compasivo escudero

Detalle del dibujo de Daniel Urrabieta Vierge (BIQ)

Si hay una imagen que mejor ilustra este preciso momento es la que dibuja Daniel Urrabieta Vierge, publicada en el Quijote editado por Charles Scribner en Nueva York, en 1906-1907. Aquí sí, texto cervantino y concepto médico quedan magníficamente vinculados por Vierge.

                                                              Luis Miguel Román Alhambra

Esta entrada fue publicada en Uncategorized. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.