MÁS RECIO QUE UNA ESCOPETA

Durante la lectura del Quijote hay momentos en los que el lector se parte de la risa, especialmente con los refranes, dichos y ocurrencias de Sancho Panza y con escenas hilarantes entretejidas por Cervantes en el cuento. Hay dos de estas escenas que con solo recordarlas me provocan la carcajada.

La primera de estas escenas ocurre en la Primera parte, cuando don Quijote pide a Sancho que le meta los dedos en la boca y le cuente las muelas que aún le quedan después de la pedrada que un pastor le lanzó. La segunda sucede en la Segunda parte, poco antes de que don Quijote acometiese la aventura contra los leones y le pide a Sancho su yelmo, cuando este lo tenía ocupado sirviendo de recipiente con unos requesones que acababa de comprar a unos pastores.

En este artículo me ocupo de la primera escena, dejándote, lector curioso y atento, que leas y releas la segunda escena en el capítulo diecisiete de la Segunda parte, la risa está asegurada, no te lo pierdas.

Estoy inmerso en la segunda parte de la guía de caminos Tras los pasos de Rocinante, en medio de Sierra Morena. Antes de salir a recorrer los caminos y parajes, y fotografiar y anotar detalles para que el viajero no se pierda, vinculo el texto cervantino en el Mapa Topográfico Nacional (MTN25) en la tranquilidad de mi casa. Acababa de anotar los acontecimientos en la Venta de la Inés, la famosa venta del manteo de Sancho, cuando estaba enmarcando el siguiente escenario en medio del Valle de La Tejada, junto al Arroyo del Robledillo: la famosa aventura de los rebaños de ovejas.  

Un rebaño de varios cientos de ovejas en la Mancha. Fotografía de Luis M. Román

«En estos coloquios iban don Quijote y su escudero cuando vio don Quijote que por el camino que iban venía hacia ellos una grande y espesa polvareda, y en viéndola se volvió a Sancho y le dijo:

 —Este es el día, ¡oh Sancho!, en el cual se ha de ver el bien que me tiene guardado mi suerte. Este es el día, digo, en que se ha de mostrar, tanto como en otro alguno, el valor de mi brazo, y en el que tengo de hacer obras que queden escritas en el libro de la Fama por todos los venideros siglos. ¿Ves aquella polvareda que allí se levanta, Sancho? Pues toda es cuajada de un copiosísimo ejército que de diversas e innumerables gentes por allí viene marchando.

—A esa cuenta, dos deben de ser —dijo Sancho—, porque desta parte contraria se levanta asimesmo otra semejante polvareda.» (Q1, 18)

Como ya sabes, no eran dos ejércitos sino dos grandes rebaños de ovejas que por allí pastaban y los dos iban a beber agua a este arroyo. La polvareda debía de ser muy grande porque hasta el mismo Sancho creyó lo que don Quijote le decía sobre quiénes formaban ambos ejércitos enemigos.

Dibujo de Miguel Ángel Álvarez (BIC)

Junto al Arroyo del Robledillo hay un altillo, el mismo al que Cervantes hace subir en la ficción del cuento a caballero y escudero:

«Y para que mejor los veas y notes retirémonos a aquel altillo que allí se hace, de donde se deben de descubrir los dos ejércitos. Hiciéronlo ansí y pusiéronse sobre una loma, desde la cual se vieran bien las dos manadas que a don Quijote se le hicieron ejército si las nubes del polvo que levantaban no les turbara y cegara la vista».

No paraban de salir de la boca de don Quijote nombres y nombres de los principales caballeros de uno y otro ejército, cada uno con las precisas descripciones de sus armas y batallas, así como cada uno de los escuadrones que los formaban. Aunque Sancho prestaba mucha atención no veía a quienes decía ver don Quijote, en cambio, él veía y escuchaba a dos grandes rebaños de ovejas y carneros. Don Quijote diagnostica a Sancho que su miedo le hace cambiar las cosas y que parezcan lo que no son. «Déjame solo, que solo basto a dar la victoria a la parte a quien yo diera mi ayuda. Y, diciendo esto, puso las espuelas a Rocinante y, puesta la lanza en el ristre, bajó de la costezuela como un rayo».

Don Quijote es derribado de Rocinante por dos «peladillas» del arroyo, lanzadas con fuerza y precisión por las hondas de los pastores. Una le dio en el costado y la otra en la mano y en la boca mientras trataba de beber un trago de su famoso bálsamo de Fierabrás. Resultado: dos costillas malheridas y «tres o cuatro dientes y muelas menos».

Los pastores, creyendo que lo habían matado, huyeron con sus ganados y siete ovejas muertas sobre sus hombros. Todo lo vio Sancho desde el altillo, y cuando los pastores se marcharon bajó a socorrer a su amo.

No sé si al imaginar la siguiente escena te partirás de risa o te dará asco, o ambas cosas. Reconozco que yo siento esas dos sensaciones tan contradictorias a la vez. Tanto le dolía la boca a don Quijote que presentía que había perdido algunas piezas de su dentadura, y le pide a Sancho que le mire a ver cuántas le faltan:

«Llegose Sancho, tan cerca que casi le metía los ojos en la boca, y fue a tiempo que ya había obrado el bálsamo en el estómago de don Quijote, y al tiempo que Sancho llegó a mirarle la boca arrojó de sí, más recio que una escopeta, cuanto dentro tenía, y dio con todo ello en las barbas del compasivo escudero.

 —¡Santa María! —dijo Sancho—, y ¿qué es esto que me ha sucedido? Sin duda este pecador está herido de muerte, pues vomita sangre por la boca.

Pero reparando un poco más en ello echó de ver en la color, sabor y olor que no era sangre, sino el bálsamo de la alcuza que él le había visto beber; y fue tanto el asco que tomó, que, revolviéndosele el estómago, vomitó las tripas sobre su mismo señor, y quedaron entrambos como de perlas.» (Q1, 18)

Mientras estaba escribiendo esto, se encontraba, investigando en unos libros deportivos muy antiguos, mi amigo José Manuel, médico oftalmólogo. Me puse a reír, como siempre que leo e imagino esta escena, y me pregunta el motivo. Le describo la escena y que la forma del narrador de describir cómo expulsaba el vómito don Quijote «más recio que una escopeta», me hacía imaginar una explosión de vómito hacia la cara de Sancho, incapaz de esquivarlo.

José Manuel me apunta que en medicina existe el concepto «vómito en escopetazo o en escopeta», cuando este sale, sin náuseas previas, con tanta fuerza que puede llegar incluso a dos metros de la boca. Cervantes no era médico, pero utiliza este término médico acertadamente. Quedamos los dos riéndonos de la escena y tratando de averiguar si este término era anterior al Quijote o fue acuñado así por algún médico  después de haber leído este capítulo.

Detalle del dibujo de John Vanderbank, 1738 (BNE)

Esta escena ha sido dibujada en muchos de los Quijotes ilustrados. En 1738, lord Carteret impulsa la edición ilustrada en castellano con la primera biografía de Cervantes. John Vanderbank realiza los dibujos y en uno vemos cómo Sancho mete los dedos en la boca de don Quijote, mientras los pastores huyen de la escena.

Detalle del dibujo de Jerome David, 1650-1652 (BIQ)

Casi cien años antes, en 1650-1652, en un Quijote en francés, Jerome David dibuja el momento en el que don Quijote vomita «más recio que una escopeta» el bálsamo de Fierabrás que poco antes había tragado. Pero no es fiel al texto: «…y al tiempo que Sancho llegó a mirarle la boca arrojó de sí, más recio que una escopeta, cuanto dentro tenía, y dio con todo ello en las barbas del compasivo escudero

Detalle del dibujo de Daniel Urrabieta Vierge (BIQ)

Si hay una imagen que mejor ilustra este preciso momento es la que dibuja Daniel Urrabieta Vierge, publicada en el Quijote editado por Charles Scribner en Nueva York, en 1906-1907. Aquí sí, texto cervantino y concepto médico quedan magníficamente vinculados por Vierge.

                                                              Luis Miguel Román Alhambra

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LA ESTUPENDA BATALLA ENTRE DON QUIJOTE Y EL VIZCAÍNO EN PUERTO LÁPICE

Artículo ampliado y mejorado del publicado el 22-2-2024

Dice el narrador que «siguieron el camino del Puerto Lápice, porque allí decía don Quijote que no era posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser un lugar muy pasajero» (Q1, 8).

Poco antes, Sancho socorría en el suelo a don Quijote derribado por las aspas de un molino de viento de Campo de Criptana. Esta vez, ha sido el sabio Frestón el que ha convertido a los gigantes en molinos de viento para quitarle a nuestro hidalgo manchego «la gloria de su vencimiento», o al menos así estaba convencido don Quijote que había ocurrido.

Puerto Lápice es actualmente una localidad manchega de la provincia de Ciudad Real, en la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha, con alrededor de mil habitantes. En tiempos de la escritura del Quijote no era más que un paraje con una venta y unas pocas casas quinterías de agricultores dentro del término municipal de Herencia. En las Relaciones Topográficas mandadas hacer por Felipe II, los vecinos encargados de elaborar las contestaciones de Herencia, declaran en 1576 que «en el término de ella está una venta que se dice el Puerto Lápice como está declarado y esto responden, y esta venta es de un particular vecino de Villafranca».

Ubicada esta venta junto a un cruce de caminos, era muy conocida por viajeros, arrieros y trajinantes a finales del siglo XVI principios del siglo XVII. Cervantes, sin duda alguna, también la debía de conocer y hasta allí encamina a sus personajes después de la batalla contra los molinos de viento.

En el mapa anterior he marcado en azul las carreteras actuales que unen Campo de Criptana con Puerto Lápice, trazadas en una buena parte sobre los antiguos caminos viejos que unían estos lugares. El lector curioso que sigue mis trabajos, sobre los caminos y parajes reales en el Quijote, se estará preguntando por la ruta o caminos que desde el molino de viento siguió don Quijote para no volver por su mismo pueblo, Alcázar de San Juan, ya que tanto su familia como la de Sancho ya estarían alborotadas al notar su ausencia esa misma mañana.

No, lógicamente no vuelven por el mismo camino de Campo de Criptana a Alcázar de San Juan para después continuar hacia Herencia y llegar a Puerto Lápice, el camino más lógico y recto. Teniendo en cuenta el escenario, interpretes y diálogos escogidos por Cervantes en esta aventura encontramos la respuesta.

Dibujo de Ricardo Marín (1905). BIQ

            Después de caminar todo aquel día y pasar la noche entre unos árboles, llegan a ver Puerto Lápice a las «tres del día». Siguen caminando hacia Puerto Lápice mientras don Quijote, entre otras cosas, insta a Sancho a que no le defienda con espada sino es contra «canalla y gente baja». En esto iban cuando advierte el narrador que «asomaron por el camino dos frailes de la orden de San Benito» junto con un coche de caballos con «una señora vizcaína que iba a Sevilla, donde estaba su marido, que pasaba a las Indias con un muy honroso cargo». Don Quijote cree ver en estos actores que entran en la escena a unos «encantadores que llevan hurtada alguna princesa en aquel coche». Esta sencilla y pacífica comitiva llegaba a Puerto Lápice por un camino en sentido opuesto al que don Quijote y Sancho también llevaban.

            Don Quijote decide «deshacer este tuerto… y se puso en la mitad del camino por donde los frailes venían». A sus voces para que liberaran a «las altas princesas», los frailes se identifican como tales y le dicen que no saben realmente quien viaja en aquel coche, lo que irrita aún más a don Quijote que arremete con su lanza a uno de los dos frailes, que tratando de salvar su vida se tira al suelo. Mientras el otro fraile huye, Sancho trata de despojar de sus hábitos al fraile caído en el suelo, según él, porque le correspondían por haber sido vencido por su amo en batalla. Los mozos de mulas de los frailes, que no lo entienden así, comienzan a golpear a Sancho dejándolo molido y en mitad del camino.

            Don Quijote, sabiéndose vencedor y libertador de aquellas «princesas», estaba «hablando con la señora del coche» a la que «en pago del beneficio que de mí habéis recebido no quiero otra cosa que volváis al Toboso y que de mi parte os presentéis ante esta señora [Dulcinea] y le digáis lo que por vuestra libertad he hecho». Dice el narrador que uno de los escuderos de la señora, «que era vizcaíno… viendo que no quería dejar pasar el coche adelante, sino que decía que luego había de dar la vuelta al Toboso» increpa a don Quijote. El final de esta «estupenda batalla que el gallardo vizcaíno y el valiente manchego tuvieron» acaba con el vizcaíno en el suelo casi muerto y don Quijote con una oreja malherida.

Para encontrar a esta señora aquí en su viaje a Sevilla, a principios del siglo XVII, voy a tener en cuenta las guías e itinerarios de los caminos de España muy conocidos en aquella época. En ellos se relacionan los pueblos y ventas, entre el principio y el final de cada itinerario, y la distancia que hay entre ellos.

Juan de Villuga edita en 1546 su Repertorio de todos los caminos de España, con 139 itinerarios. Treinta años después, en 1576, Alonso de Meneses publica su Repertorio de Caminos identifica 134 caminos distintos. Ambos son muy parecidos, si bien el de Meneses puede resultar más práctico al estar ordenado alfabéticamente con la primera letra del nombre del lugar de origen.

Camino Bilbao-Toledo-Sevilla en el mapa de España. Marcado en rojo Puerto Lápice (SignA-IGN)

Desde Bilbao, en la actual provincia de Vizcaya, la señora vizcaína podría seguir, según Villuga y Meneses, el camino de Bilbao a Burgos, Burgos a Toledo, Toledo-Sevilla pasando por Ciudad Real, Sierra Morena por el Valle de Alcudia y Córdoba (camino marcado en verde en el mapa). Este camino real era muy transitado por todo tipo de viajeros, especialmente por quienes realizaban su viaje en coche de caballos porque era el único de ruedas que permitía su paso a través de Sierra Morena.  

Pero Puerto Lápice, como podemos apreciar en el mapa anterior marcado en rojo, no está en este camino de Bilbao a Sevilla.  Para localizar a esta señora vizcaína en este paraje manchego, con intención de llegar a Sevilla en su coche de caballos, habría tenido que seguir otro camino.

Aunque no está anotado en los Repertorios de Villuga y Meneses, desde Madrid era ya muy utilizado un camino hacia Andalucía, que con el tiempo se convirtió en una de las seis carreteras generales de España. Desde Madrid, el viajero podía ir hasta Aranjuez y desde allí por Ocaña, Tembleque y Madridejos llegar hasta Puerto Lápice. Desde este paraje cervantino continuaría por Villarta de San Juan, Manzanares, Valdepeñas, Santa Cruz de Mudela sin entrar en ella, para llegar a El Viso a los pies del Puerto de Muladar. Atravesando con mucha dificultad por aquí Sierra Morena el viajero entraría en Andalucía.

Entre finales de 1575 y principios de 1576, coincidiendo con la publicación del Repertorio de Meneses, así respondían vecinos de estos lugares de paso:

-Ocaña: Esta villa es pasajera dende la villa de Madrid donde reside al presente y lo demás ordinario la Corte de Su Majestad a los reinos de Murcia y de Valencia y a tierras de Cuenca, y algunos pasan por ella al reino de Granada, que aunque no es tan común camino, como por la ciudad de Toledo, es algo más breve, tiene en su término las ventas que dicen de Juan Sarmiento y de Carrión y de Escolchón que rentan poco.

-Madridejos: Por esta villa pasan los carreteros y caminantes que vienen de Murcia a Toledo y los que vienen de Madrid para Granada, y en su término no hay venta ninguna.

-Villarta de San Juan: Al cincuenta y cinco dijeron que el pueblo es pasajero a Toledo y Granada y a Sevilla y a la Mancha y a Cuenca.

-Viso del Marqués: En cuanto al cincuenta y cinco capítulos, esta villa es pueblo muy pasajero por estar como está al pie del dicho Puerto Muladar y ser camino real para todos los que caminan hacia el Andalucía y del Andalucía a Toledo y Madrid y Valladolid y otras partes. Y a la entrada del dicho puerto, a dos leguas de esta villa, está una venta que llaman del Iruela que es de la Encomienda del dicho don Francisco de Álava, comendador de la dicha dehesa de Mudela, y dicen que renta al dicho comendados en cada un año quinientos ducados poco más o menos.

El paso de Sierra Morena por el Puerto de Muladar solo era posible a pie o en caballerías, conocido como un camino de herradura. Y así siguió hasta que, durante el reinado de Carlos III, se abrió el nuevo Paso de Despeñaperros por el ingeniero francés Carlos Lemaur, terminándose en 1788. Este inconveniente para quienes seguían este camino en coche o en carro lo anota precisamente Matías Escribano en su Itinerario Español o Guía de Caminos para ir desde Madrid a todas las Ciudades y Villas más importantes de España. En la edición de 1767 describe en el camino de Madrid para Cádiz, que aunque es camino de rueda, al llegar a El Viso «Aquí se toman caballerías para pasar el Puerto del Rey. Sierra Morena».

Camino de Madrid-Toledo-Ciudad Real y su variante por Puerto Lápice (SignA-IGN)

Con este gran inconveniente en el viaje en coche de caballos,  la señora vizcaína llegaría desde Madrid hasta Puerto Lápice y desde aquí continuaría por el camino a Villarrubia de los Ojos y Ciudad Real, para seguir camino hacia el Valle de Alcudia atravesando Sierra Morena por el también conocido Camino de la Plata. 

Camino Bilbao-Cuenca-Sevilla en el mapa de España. Marcado en rojo Puerto Lápice (SignA-IGN)

Otro camino, también recogido en los Repertorios de Villuga y Meneses, sería por la ciudad de Cuenca. Cuenca está señalada por Villuga y Meneses, como inicio o final de itinerario, en siete de ellos. Es uno de los nodos de caminos más importante de Castilla, junto a Toledo y Burgos.  La señora vizcaína podría seguir el camino real de Burgos a Cuenca, y desde aquí seguir por el camino de Cuenca a Alcázar de Consuegra. Desde el actual Alcázar de San Juan continuaría por el camino derecho a Herencia y Puerto Lápice. Una vez en Puerto Lápice seguiría su viaje por buen camino hasta Villarrubia de los Ojos y desde allí a Ciudad Real, ya en el Camino de Toledo a Sevilla.

Camino de Cuenca a Alcázar-Puerto Lápice y su variante por El Toboso (SignA-IGN)

Una pequeña variante, con distancias similares, de este camino la encontramos casi al final. El Camino de Cuenca a Alcázar de Consuegra pasa por Mota del Cuervo. Desde aquí podrían haber seguido su camino hasta El Toboso, y por Miguel Esteban a Herencia y Puerto Lápice.

En total, siguiendo el camino de Burgos-Cuenca-Ciudad Real la distancia recorrida es de unas diez leguas más que por Burgos-Madrid-Toledo-Ciudad Real y su variante por Madrid-Aranjuez-Puerto Lápice-Ciudad Real. Decidir uno u otro camino dependía mucho del interés de paso de los viajeros y la comodidad de los alojamientos.

Caminos posibles de la señora vizcaína a Puerto Lápice (Mapa SignA-IGN)

Por un camino o por otro, lo que es evidente es que Cervantes sitúa en Puerto Lápice a la señora vizcaína y su comitiva de acompañantes, escuderos y mozos, para encontrase allí, de frente, con don Quijote, quien después de creer haber vencido a quien le llevaba secuestrada,  les mandaba «que volváis al Toboso… dar la vuelta al Toboso».

Caminos posibles de la señora vizcaína y el que traía don Quijote a Puerto Lápice (Mapa SignA-IGN)

Según notas al pie de página de grandes editores del Quijote,«volváis al Toboso» o «dar la vuelta al Toboso» podían tener significados distintos para los primeros lectores de la novela. Para Martín de Riquer: «deis la vuelta hacia el [Toboso]», para Francisco Rico: «os desviéis del camino para ir al Toboso» y para Enrique Suárez: «en este pasaje, como en otros, no ha de entenderse estrictamente regresar por donde se venía, sino: cambiar de dirección, poner frente a, encaminarse».

Según podemos apreciar en el mapa anterior, después del encuentro con don Quijote, «darse la vuelta por donde venían o encaminarse a El Toboso» desde aquí, coincide geográficamente con los caminos reales que podían traer los vizcaínos.

Por tanto, el camino desde Campo de Criptana a Puerto Lápice, pasando por Alcázar de San Juan y Herencia, uno de los que podría haber traído hasta aquí a la señora vizcaína, no es el seguido por don Quijote y Sancho por dos motivos evidentes:

1. De haberlo seguido el cuento no habría sido este. Habrían sido vistos por sus familias y vecinos, y seguramente obligados a abandonar la empresa recién empezada.

2. Habrían llegado a Puerto Lápice por el mismo Camino viejo de Herencia a Puerto Lápice que la comitiva vizcaína y de frailes de San Benito (camino amarillo), por lo que tampoco se habría producido el encuentro de frente con ellos, tal y como describe Cervantes.

Solo llegando don Quijote y Sancho a ver Puerto Lápice desde el sur es posible entender geográficamente esta aventura (camino azul). Sigamos ahora los pasos de Rocinante por otro camino hasta llegar a Puerto Lápice por este camino a Villarta de San Juan.

Ruta seguida por Rocinante entre Campo de Criptana y Puerto Lápice (Mapa SignA-IGN)

Desde el paraje de los molinos de viento criptanenses, don Quijote y Sancho «siguieron el camino del Puerto Lápice». Cervantes, lógicamente no deja a sus primeros lectores  detalles del camino a seguir desde aquí por sus protagonistas, estando tan cerca de su pueblo del que quiso olvidar su nombre al principio de la novela, como tampoco nombra explícitamente a Campo de Criptana, aunque fuese el único lugar de toda la Mancha que contase en aquella época con «treinta o pocos más desaforados gigantes».

Solo les describe cómo ese día lo pasan caminando, pasan la noche entre unos árboles y que al día siguiente, pasado el mediodía, ven Puerto Lápice. Para los lectores curiosos de su tiempo no necesitaban mucha más información para seguir creyendo verosímil el cuento que Cervantes les estaba contando. Desde los molinos de Campo de Criptana, al paso lento del bueno y despaldado Rocinante, por su encontronazo con el molino, en ese tiempo narrado habría caminado unas quince horas, jornada y media larga. Conocen ya la pobre condición física del rocín, aquejado de los dolorosos “cuartos” en sus pezuñas, por lo que el camino recorrido a media legua a la hora, la mitad de un caballo normal, estaría en torno a unos cuarenta y cinco kilómetros.

Plaza de Puerto Lápice. Imagen de turismociudadreal.com

En mi próximo Tras los pasos de Rocinante. Segunda salida, voy a llevar al lector viajero por los caminos que don Quijote guió a Rocinante en esta segunda salida de su casa. Lógicamente, desde Campo de Criptana bordearán Alcázar de San Juan por el Camino de la Media Legua para seguir por el Camino de Herencia a Tomelloso entrando en Herencia. Desde aquí, siguiendo el Camino de La Pedriza, parte del Camino de Herencia a Villarrubia de los Ojos, atravesando por mitad de sus sierras, llegar al Camino de Villarta de San Juan a Puerto Lápice. Desde aquí, con la visión lejana de Puerto Lápice, tal y como lo vieron don Quijote y Sancho, llegarán al centro de Puerto Lápice, a su magnífica plaza. Allí podrán sentarse en sus balcones y creer ver la llegada de los frailes benitos y la señora vizcaína por el Camino de Herencia a Puerto Lápice por un lado y a don Quijote y Sancho por el otro, mientras releen los capítulos VIII y IX de la primera parte del Quijote. Realmente, habrán recorrido desde los pies de los desaforados molinos de viento poco más de cuarenta kilómetros, los mismos que Rocinante recorrió en la ficción.

                                                    Luis Miguel Román Alhambra

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DON QUIJOTE CONTRA LOS MOLINEROS

¡Ni gigantes ni gigantas, desaforados molineros y molineras!

No, no me he equivocado en el título de este artículo escribiendo «molineros» en lugar de haber escrito «molinos».

Así comienza el capítulo VIII de la primera parte del Quijote:

En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:

—La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.

Esta es, sin duda alguna, la aventura más reconocida del hidalgo manchego entre  lectores y no lectores de la novela. Hoy, la imagen de uno o más molinos de viento sobre unos cerros nos lleva a imaginar la lucha de don Quijote, «rematado ya su juicio», contra uno de estos artilugios eólicos convencido que era un gigante.

Cervantes enmarca esta aventura en los cerros y Sierra de Campo de Criptana, el único lugar de toda la Mancha que contaba con más de treinta molinos en la época de la escritura del Quijote. En esta villa fue donde se comenzaron a implantar estos ingenios eólicos en esta parte de la Mancha en 1540. En 1581 ya contaba documentados con treinta molinos de viento desperdigados en su término y se siguieron construyendo hasta llegar a los treinta y cuatro molinos de viento, que seguían moliendo en 1752, según el Catastro del Marqués de la Ensenada.

Cervantes escribe entrelíneas, como se dice en esta tierra no da puntá sin hilo. Murmura de todos, pero sin hacer sangre a nadie: de la Monarquía, de la Iglesia, de la Nobleza y hasta del pueblo más sencillo. Para esta crítica velada utiliza el comportamiento reconocible de un loco, don Quijote, y el de un simple analfabeto, Sancho Panza. Y el resultado de este genial recurso narrativo fue que los censores le aprobaron sus dos Quijotes «porque será de gusto y entretenimiento al pueblo, a lo cual en regla de buen gobierno se debe de tener atención, atiende de que no hallo en él cosa contra policía y buenas costumbres» (Aprobación de la Primera Parte) y «no contiene cosa contra la fe ni buenas costumbres, antes es libro de mucho entretenimiento lícito, mezclado de mucha filosofía moral», (Aprobación de la Segunda Parte).

De la misma manera que hoy ocurre, medir y pesar estaba muy regulado en las villas castellanas, pero no siempre se tenían las medidas y los pesos tarados según las pragmáticas o leyes publicadas oficialmente, provocando la sisa de los comerciantes, y también de los molineros. En las villas se designaba un regidor responsable anualmente de la custodia, junto con un alguacil, de los pesos y medidas oficiales, y de su uso si fuese necesario en la comparación con las de los comerciantes, en caso de denuncia o visita a sus locales.

Los molineros cobraban su trabajo en grano o en harina, lo que se conoce como la maquila. Según el diccionario de la RAE, la maquila es: «Cantidad de grano, harina o aceite que corresponde al molinero por la molienda.», que no es muy diferente a «cierta medida que el molinero saca para sí del grano que muelen en su molino», según el Tesoro de la Lengua que compuso Covarrubias en 1611.

Medidas castellanas en el Museo de Segovia

Las medidas empleadas para medir el grano o harina en los molinos manchegos era el celemín. En un celemín cabía 4,6 litros y en una fanega entraban 12 celemines, 55,5 litros. También se usaban media fanega, la cuartilla de fanega, el medio celemín y el celemín y medio. Estas medidas consistían en unos cajones de madera en forma de trapecio rectángulo o cuadrados, habitualmente con bordes metálicos para evitar su desgaste, y una barra con la que rasear el grano o la harina a la capacidad indicada.

Pronto la tradición oral manchega compuso cancioncillas, coplillas y dichos sobre la fama que los molineros tenían de sisar en la maquila. Así se referían al molinero:

De cada fanega un celemín

y si es de rico,

otro para el borrico;

y si es de pobre

otro para que sobre;

y si la molinera

tene roto el jubón,

un celeminón.

E irónicamente de la molinera decía esta cancioncilla:                                                         

Gastan las molineras

ricos collares

con el trigo que quitan

de los costales

El molino de viento, que fue fundamental en la transformación del cereal en harina desde mitad del s. XVI hasta mitad del s. XIX en esta parte de la Mancha, quedó obsoleto con la aparición de molinos harineros movidos por motor eléctrico hacia finales del s. XIX. La molienda en estos molinos modernos era mucho más rentable que la tradicional, por lo que los molinos de viento se desmantelaron o se arruinaron con el paso de muy pocos años.

Si hoy podemos seguir contemplando estos molinos de viento en la Sierra de los Molinos de Campo de Criptana, y en otros muchos más lugares de la Mancha, es gracias a Cervantes y su uso como protagonista en esta aventura con don Quijote. Y, también, a la visión como promoción turística cervantina que en la década de los años cincuenta del pasado siglo tuvo su alcalde y poeta José González Lara, influido a su vez por la figura del poeta chileno Carlos Sander Álvarez, por entonces cónsul de Chile en Madrid.

Dibujo del chileno Pedro Olmos

Carlos Sander visitó la Mancha buscando el espíritu del Quijote. Llegó a Campo de Criptana, sintió allí la sombra del hidalgo manchego y nació la idea, junto con su alcalde y de Francisco Graneros, uno de sus vecinos campesinos más ancianos, de restaurar y  levantar de nuevo muchos de los molinos de viento que había en la Sierra.

Ruinas de un molino de viento de Campo de Criptana. Fotografía de Luis M. Román

Francisco Graneros, de más de noventa años, le contaba a Sander, mientras paseaban entre las ruinas de los molinos: «recuerdo a Campo de Criptana con veinticinco molinos y siendo niño vi los treinta y cuatro molinos que tuvo originalmente este pueblo».

Graneros era un lector crítico del Quijote. Como conocedor de primera mano de los molinos y sus molineros, de las costumbres y usos manchegos, también le explicó a Sander el significado que según él Cervantes quiso dar a «es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra», cuando don Quijote justificaba su combate contra aquellos «treinta o pocos más desaforados gigantes».  Así anota Carlos Sander en su libro En busca del Quijote, lo que Graneros le contó sobre una demanda que conocía en tiempo de la escritura del Quijote:

Un documento de entonces, de Campo de Criptana, relata la queja de una mujer al alcalde por la maquila, que de una fanega de trigo le había hecho el molinero, y llamando el alcalde al molinero le pregunta: ¿Qué es lo que usted maquila? Le contesta: «la costumbre»; le vuelve a preguntar: ¿Qué es la costumbre? Y le dice: «lo de siempre»; y, ¿qué es lo de siempre? Y le responde, «pues lo que maquilan todos»; como se ve, no aclara lo que maquiló, y entonces el alcalde le castiga con que devuelva a la mujer una fanega de trigo de buena clase y que en lo sucesivo no «abuse». Después de esto, ¿cómo no iba a ser justo quitar de la faz de la tierra tan mala simiente?

El número de molinos descritos de «treinta o cuarenta» y algo más preciso de «treinta o pocos más» coincide con el número concreto de molinos de Campo de Criptana, y lógicamente de molineros. Al no estar todos los molinos en un mismo paraje, y por tanto no poder contarlos en un simple viaje o paso por la villa molinera desde un camino cercano, me hace pensar que Cervantes conoció en primera persona esta gran industria molinera. También conocería los abusos de los molineros, quienes en su gran mayoría no disponían de los aranceles o tablillas con la maquila a cobrar, que debían de estar colgados en la entrada de sus molinos, como tampoco contaban con las medidas reglamentarias. ¿Qué relación pudo tener Cervantes con los molinos de viento y sus molineros de Campo de Criptana? Hoy no se dispone, no se puede afirmar que no exista, documento alguno que dé respuesta a esta pregunta.

Lo que sí parece es que Graneros tenía razón en su comentario al texto cervantino, en la intención de Cervantes de criticar irónicamente a los molineros de Campo de Criptana.  Pero al no hacerlo explícitamente, sino implícitamente con el comportamiento fuera de juicio de don Quijote, sus lectores sí lo leyeron entrelíneas, sin que sus censores lo tacharan previamente.

Dibujo del chileno Pedro Olmos

Hay que tener en cuenta que muchos de los molinos de viento de Campo de Criptana a principios del siglo XVII eran propiedad de vecinos de Alcázar de San Juan, quienes los habían construido o comprado, y los tenían alquilados a sus molineros por una renta anual. Un colectivo de «treinta o pocos más desaforados gigantes» con los que era inútil combatir.

Algo parecido nos cuenta Pedro A. Porras, en Los Molinos de Viento en la Mancha Santiaguista,que pasó en la villa vecina de El Toboso, en 1609, entre la escritura de los dos Quijotes. El gobernador del Partido de Ocaña encarga a su alguacil, que en compañía de un escribano, vaya a El Toboso y compruebe si los molinos de viento tienen aranceles sobre la cuantía de la maquila a cobrar en las moliendas. Acompañados ambos del alguacil de la villa de El Toboso visitan todos sus molinos de viento el día 8 de enero de 1609. Ninguno de los catorce molinos de viento contaba con la tablilla indicativa en el molino.

Todos los propietarios fueron denunciados al gobernador. Ya habían sido apercibidos en visitas anteriores de la obligatoriedad de disponer de arancel visible y ninguno lo había cumplido, según el alguacil. Se les informa inmediatamente de la denuncia y se les da un día para realizar sus alegaciones. Algunos de ellos alegan que no disponían de los aranceles «porque siempre se an cobrado como se an convenido los dueños del trigo que se lleva a moler con los dueños e molineros de los dichos molinos, …ni es factible lo contrario, ni se puede poner otra administración en los dichos molinos, e por no ser considerable los aranceles que se pretenden ni factible el tenellos, los señores governadores antecessores de v.m. e justicias ordinarias desta villa xamás los an puesto los dichos aranceles ni hecho cargo dellos, como es muy notorio…»

Juan de Olías, uno de los molineros toboseños interrogados, el más viejo de todos ellos con setenta años, declaró también que «en los cuarenta años que recordaba y había tratado en los molinos no había habido aranceles. Los visitadores solo requerían los medios celemines» Niega que antes se les hubiese requerido las tablillas.

Vamos, que en su defensa argumentaban que desde que se instalaron los primeros molinos en El Toboso han cobrado la maquila que ellos “convenían” directamente con el agricultor, sin tablilla de precios, y que lo han hecho porque «los señores gobernadores antecesores» no  los había prevenido de lo contrario. En este caso los propietarios de los molinos de viento sí fueron condenados a una multa, pero después de muchos meses de litigio, aunque mucho me temo que siguieron sin poner el arancel en la puerta del molino  cobrando arbitrariamente lo que estipulaban entre ellos.

Cervantes utiliza en esta aventura un escenario real que conoce perfectamente él y sus coetáneos, con «treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo», transformados en la ficción en «treinta o pocos más desaforados gigantes», solo en la mente de don Quijote. Una aventura que pone de manifiesto la valentía de don Quijote que cree que se está enfrentando a gigantes que asolaban aquellas villas. No duda el Caballero de la Triste Figura en hacerlo, aún sabiendo del gran desequilibrio de fuerzas en el compromiso. Sabe que es su deber como caballero andante y lo cumple sin vacilar, aún desoyendo las voces de su escudero de que no lo hiciese.

En esta aventura, Cervantes implícitamente denuncia la desmesurada maquila que corporativamente han fijado los treinta y cuatro molineros a los labradores que se acercan a las puertas de los molinos. Saben que aceptaran la cantidad de maquila antes que tener que desplazarse muchos kilómetros a moler a los muy buenos molinos hidráulicos del prior sanjaunista, hasta a setenta kilómetros de la villa.

Utiliza para describir a los molineros el calificativo de «desaforados». Si bien hoy desaforado es una palabra de poco o ningún uso, y el que se le da es de grande o desmedido, en tiempo de Cervantes se decía desaforado de quien «procede contra la ley, el que acomete algún hecho sin consideración ni reportamiento», según anotaba en su diccionario Covarrubias en 1611, o en el de Autoridades aún más claro a «el que obra sin reparo, ley ni fuero, atropellando por todo». Exactamente lo que los molineros estaban haciendo con sus cobros desmesurados, contra la ley.

Cervantes, sabe que son muchos los propietarios de estos molinos, algunos muy poderosos,  los que integran este cártel de la molienda, y subliminalmente lo denuncia para quien lo quiera leer, aunque sería de dominio público. Como don Quijote, también cumple con su deber, pero con retranca manchega. Sin duda alguna, por estas tierras se entendió su denuncia nada más leer este inicio del capítulo VIII. ¡Ni gigantes ni gigantas, desaforados molineros y molineras!, soltarían entre risas sus primeros lectores manchegos.

Si el gobernador del partido de Ocaña instó a visitar los molinos de viento de El Toboso en 1609, dando como resultado que ninguno tenía aranceles en sus puertas, me surgen unas preguntas:

-Si la fecha de la inspección es en enero de 1609, ¿tuvo esta que ver con la lectura del primer Quijote, puesto a la venta en 1605?

-Y, quizás la más importante, ¿por qué no lo hizo en la vecina villa de Campo de Criptana, con más del doble de molinos de viento que en El Toboso, que también dependía de su gobernación? ¿Pudo influir en su decisión que muchos de los molinos de viento de Campo de Criptana fuesen propiedad de vecinos sanjuanistas de Alcázar de San Juan, algunos muy poderosos e influyentes? ¿Son estos los desaforados gigantes?

En definitiva, en este capítulo hay implícitamente una crítica social sobre abusos en las moliendas convertida, por el ingenio de Cervantes, en una aventura de ficción. Y, como todo el Quijote, enmarcada en un espacio geográfico real reconocible, y hoy visitable. De sus primeros lectores, unos se partirían de risa con la actitud de nuestro hidalgo y el desenlace cómico de imaginar a don Quijote y a Rocinante volar por los aires y quedar despaldados contra el suelo. Otros, en cambio, sí reconocerían la denuncia valiente de Cervantes contra los desaforados molineros.

Les invito a leer este capítulo desde una perspectiva geográfica física, humana y social. Lejos de ver en don Quijote una actitud fuera de juicio, a veces tildada por muchos autores cervantinos de ridícula y extravagante, traten de ver en el hidalgo manchego su compromiso con la nueva vida que ha decido llevar libremente: ayudar a quienes más lo necesitan sin esperar nada a cambio. Esta actitud del hidalgo manchego no es rancia o antigua, sino actual. A principios del siglo XVII había muchos abusos que acometer y denunciar, igual que ocurre hoy en nuestra «sociedad desarrollada» actual. Hoy calificamos de quijote a quien «antepone sus ideales a su conveniencia y obra de forma desinteresada y comprometida en defensa de causas que considera justas», también, de forma algo despectiva, a quién tiene un exceso de ingenuidad ante su esfuerzo considerado como inútil. Sin embargo, se necesitan hoy muchos de estos quijotes, quizás más que nunca. Solo hay que leer los periódicos o los informativos de cualquier televisión libre para darnos cuenta de la necesidad de estos locos tan cuerdos, como don Quijote, para deshacer tantos agravios y entuertos que desaforados sin escrúpulos, sin otro interés que el suyo propio o a quienes representan, avasallan y someten a los más débiles.

Por esto es un clásico el Quijote, porque sigue siendo actual. El ser humano sigue teniendo las mismas virtudes y vicios que conoció Cervantes durante toda su vida. Si solo fuese una crítica a los libros de caballerías, como muchos defienden, no estaría en ninguna librería actual.

Sierra de los molinos de Campo de Criptana. Fotografía de Luis M. Román

Decía, que hoy es posible reconocer en muchos cerros de esta parte de la comarca cervantina del Quijote estos ingenios que inmortalizó Cervantes. Gracias a la visión y esfuerzo de muchas personas comprometidas con su reconstrucción y mantenimiento podemos hoy contemplar a estos gigantes, incluso alguno siguiendo moliendo grano.

Mecanismo de un molino de viento de Alcázar de San Juan. Fotografía de Luis M. Román

Esta parte de la Mancha se encuentra a muy pocas horas de muchas regiones de España. Las incómodas ventas y mesones que conoció Cervantes hoy son hoteles y restaurantes donde escaparse un fin de semana quijotesco. Estamos en invierno, y en los cerros manchegos el aire intensifica el frío, hay que subir abrigados, pero después de admirar estos imponentes artefactos eólicos se puede continuar la ruta hacia lugares en los que las sombras de don Quijote y Sancho Panza son posible reconocerlas, si se cree en hadas, como decía Carlos Sander. Si estas sombras no son reconocibles, no importa,  en un próximo viaje, después de leer o releer el Quijote lo serán.  Pero sí lo serán un buen plato de migas, de gachas, de duelos y quebrantos o de queso manchego. Sin olvidar embaular estas delicias con un vino de la Mancha, porque como decía don Quijote «el trabajo y peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas».

                                                                   Luis Miguel Román Alhambra

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LA IMAGEN DEL LUGAR DE DON QUIJOTE EN EL ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE ALCÁZAR DE SAN JUAN

Dentro de las X Jornadas de Vino y Bautismo Qervantino, que vincula el vino con la tradición cervantina alcazareña, la clase del IV Taller de Historia Local del día 8 de noviembre se incluyó en su programa con acceso libre. El lugar elegido ha sido la antigua Fonda de la Estación de Ferrocarril, un espacio en el que es posible ver el Quijote en los cientos de azulejos que la decoran, como puede verse en el cartel anunciador, este año con imágenes del capítulo X de la primera parte.

La ponencia la he presentado junto con mi amigo Constantino López. Si bien esta forma de presentación ya la teníamos decidida hacía tiempo, teniendo en cuenta su duración de dos horas, hoy la he estimado mucho más.

Todos los lugares, sean grandes o pequeños, se caracterizan por tener una imagen física y social propia. El plano del lugar, sus edificios, los recursos públicos y el uso del suelo como continente físico, conforman el escenario urbano que condiciona la forma de vida de sus vecinos.

Cervantes hace creíbles sus aventuras al humanizar a los personajes de su historia y situarlos en un territorio real, la Mancha. De la misma manera, al describir el lugar donde viven  don Quijote y Sancho Panza nos muestra su imagen física y humana propia. Con esta forma de escribir, tan novedosa en su tiempo, retrata la imagen real del lugar de don Quijote en la novela, lo que hoy llamamos écfrasis, y sin nombrarlo lo hace creíble para sus lectores.

Una imagen nítida de un lugar es capaz de generar  símbolos útiles a los vecinos en sus desplazamientos y recuerdos legibles a los visitantes. La formación de esta imagen es un proceso bilateral entre el observador, que escoge la que más le gusta, y el propio lugar. Hoy, gracias a los sistemas de información geográfica y documentación descriptiva de todo tipo, es posible reconocer un lugar sin haber estado en él. A principios del s. XVII no era así, solo era posible recordarlo y describirlo con fidelidad, si se había estado en él.

En Mi vecino Alonso (2010) y en Tras los pasos de Rocinante (2023), teniendo en cuenta todos los condicionantes o referencias geográficas que nos deja Cervantes en la obra, mediante un análisis inductivo he marcado en el mapa de la Mancha el lugar de don Quijote. Alcázar de San Juan es la localidad que más opciones tiene geográficamente para ser el lugar de don Quijote.

Ahora, siguiendo un análisis deductivo teniendo en cuenta los aspectos físicos y humanos que encontramos en la novela, es preciso que Alcázar de San Juan cumpla con todas y cada una de las imágenes que del lugar de don Quijote nos deja el autor. Para certificar esto nos vamos a servir de documentos conservados en el Archivo Histórico Municipal de Alcázar de San Juan, especialmente entre los años de la escritura del Quijote.

En especial, Cervantes nos dibuja el lugar de don Quijote en las cartas que se intercambian la duquesa y Sancho Panza con Teresa Panza, cuando Sancho es gobernador de la ínsula Barataria, en Aragón, en la segunda parte del Quijote.

Puedo afirmar que ningún otro lugar de los que hoy se postulan como lugar de don Quijote, como por ejemplo Villanueva de los Infantes, Mota del Cuervo, Miguel Esteban o Esquivias, además de no cumplir con todas las condiciones o referencias geográficas, pueden documentar todas y cada una de las imágenes descritas por Cervantes del lugar de don Quijote, como sí lo puede hacer Alcázar de San Juan, y ahora veremos.

Aldea o villa

«En un lugar de la Mancha…»

La primera descripción del lugar de don Quijote a tener en cuenta en este análisis es su título administrativo, que como veremos también tiene relación con dos imágenes del lugar.

¿Es el lugar de don Quijote una aldea o una villa manchega? Mucho se ha discutido sobre esto, que si lugar significa aldea o un pueblo pequeño, etc

Defender que «lugar» es una aldea o un pueblo pequeño es desconocer el uso de esta palabra para definir un espacio local en tiempos de la escritura del Quijote, principios del s. XVII.

Cobarruvias, en su diccionario editado en 1611, anota que: «Lugar significa muchas veces ciudad, o villa, o aldea…». Cualquier entidad local era un lugar según el contexto en el que se leía.

Un ejemplo que nos servirá para entender mejor esto. Gerónimo de Quintana, en 1629, en su Historia de la villa de Madrid, una crónica de la villa y corte, anota: «El ser este un lugar tan antiguo habitado de gente noble… El rastro está a los confines del lugar a un lado de la puerta de Toledo». Madrid, la capital de la Monarquía Hispánica, es un lugar de Castilla.

Y otro ejemplo más, este más cercano. Como veremos más adelante, a principios del siglo XVII, debido a la peste que asolaba a Andalucía y a buena parte de Castilla, el ayuntamiento de Alcázar de San Juan decide hacer una cerca de cal y canto dejando solo cuatro puertas de acceso y control a la villa. El título al margen que define tal acuerdo es «para que se cerque El lugar».

Para que no le quede al lector duda alguna, al lector de principios del siglo XVII, Cervantes le aporta los datos suficientes del título del lugar de don Quijote, tan sencillos que no necesitaban de más explicación. En la carta que Teresa remite a Sancho, detallándole los últimos sucesos acaecidos en su pueblo, le dice que «un pintor de mala mano que llegó a este pueblo a pintar lo que saliese, mandole el concejo pintar las armas de Su Magestad sobre las puertas del Ayuntamiento…» (Q2, 52). Y Teresa termina su carta con: «La fuente de la plaza se secó, un rayo cayó en la picota, y allí me las den todas». El lugar de don Quijote es una villa porque disponía de edificio de ayuntamiento y picota de justicia, recursos de los que una aldea, por pequeña o grande que fuese no podía disponer.

Las aldeas son núcleos de unas pocas casas, a veces agrupadas alrededor de una pequeña plaza, que dependen administrativa y jurisdiccionalmente de una villa o ciudad cercana. No cuentan con un lugar donde reunirse sus alcaldes o regidores porque sencillamente no disponen  de estos cargos. Todas las disputas o denuncias que surgen en la aldea  tienen que trasladarse a la villa de la que dependen.

Alcázar de San Juan era villa desde 1292. El rey Sancho IV le concede este título, además de ciertos privilegios, por haber dado a luz su mujer, María de Molina, entre los muros alcazareños a su hijo Fernando, el futuro rey Fernando IV de Castilla, tal y como se anota en el Fuero de Alcázar, manuscrito guardado en la BNE, redactado unos cuatro años más tarde: «Así pues, yo, Sancho, rey por la gracia de Dios, juntamente con mi mujer, la reina María, y el serenísimo Fernando, nuestro hijo, cuyo nacimiento dignificó a la predicha ciudad…»

La carta de título y privilegios otorgada por el rey Sancho IV lamentablemente está desaparecida. Disponemos del contenido de ella gracias a un traslado notarial solicitado por la villa, el día 7 de enero de 1478, para poder presentarlo donde fuese necesario sin necesidad de llevar y traer la valiosa carta original, con los consiguientes riesgos de pérdida «por fuego o robo o agua o por otro qualquier caso fortuyto». Este traslado o acta notarial copia el texto de la carta original:

Sepan cuantos esta carta vieren cómo nos don Sancho por la gracia de Dios rey de Castilla de Toledo de León de Galicia de Sevilla de Córdoba, de Murcia de Jaén y del Algarbe por hacer bien y merced a don Fernando Pérez Gran Comendador de lo que a la Orden de San Juan en España y a los frayles de esa misma Orden a los que ahora son y serán de aquí adelante, tenemos por bien y mandamos que se puedan hacer de la su aldea de Alcázar que es en Monte Aragón villa sobre sí y que haya seña y sello y mercado un día en la semana y que hayan aldeas las que el Gran Comendador les diere de la de su tierra y término… Dada en Burgos, veinte y tres de enero, era de mil y trescientos y treinta años *

*Era antigua, corresponde en la actual al año 1292.

El documento más antiguo que se conserva en el AHMASJ es la primera confirmación de este título de villa y privilegios otorgada por el ya rey Fernando IV de Castilla, el día 4 de agosto de 1300. Confirma la licencia a Fernando Pérez, todavía gran comendador de la Orden de San Juan, para convertir a su aldea de Alcázar, sita en Monte Aragón, a villa, concediéndole los atributos como tal: estandarte propio, sello y mercado semanal, disponer de término propio y las aldeas que se le asignen, que fueron Cervera y Villacentenos.

Además, el rey Fernando IV, en este mismo documento les otorga la merced o privilegio de la pesca y el agua en su término:

Sepan quantos esta carta vieren cómo yo don Fernando por la gracia de Dios rey de Castilla de León […] de Jaén del Algarbe e señor de Molina vi una carta de don Sancho mi padre que Dios perdone que me vinieron a mostrar el concejo de Alcázar de Consuegra escrito en esta manera…

Et yo, con consejo e con otorgamiento de la […] el infante don Enrique, mi tío e tutor, otórgoles e confirmoles esta nuestra merced sobredicha, que el rey, myo padre, les hizo.

Et otrosí otórgoles […] término e la merced e las pescas e las fuentes que el dicho gran comendador dio a esta villa sobredicha de la tierra de la Orden e todas las otras franquezas […]

Et desto les mandé dar esta my carta sellada con myo sello de […] cuatro días de agosto, era de mil trescientos e treinta e ocho años *

*1338 de la era antigua, corresponde al año 1300 de la actual.

En tiempo de la escritura del Quijote, Alcázar de San Juan disponía de un edificio público que servía de ayuntamiento. Este edificio con forma de torre, se conocía como la Torre del ayuntamiento. En la publicación Notas históricas sobre Alcázar de San Juan y su Casino, editado por el Patronato Municipal de Cultura en 2010, María Soledad Salve Díaz-Miguel detalla los datos precisos de este edificio y su uso desde su compra en 1529 hasta su demolición en 1928.

En las actas municipales del ayuntamiento de Alcázar de San Juan encontramos la descripción que el escribano hace del lugar de reunión de los alcaldes y regidores como la torre del ayuntamiento.

Por ejemplo, este acuerdo por el que los alcaldes y regidores tienen que tomar decisiones por la falta de cosecha de trigo en 1604, unos meses antes de la publicación del primer Quijote, dice así:

En la villa de Alcázar a catorce días del mes de agosto de mil y seiscientos y cuatro años los señores alcaldes y regidores que abajo firmaron sus nombres estando juntos en la torre de su ayuntamiento a campana tañida como lo tienen de costumbre para tratar y conferir las cosas tocantes al bien público…

Decía Teresa a Sancho: «La fuente de la plaza se secó, un rayo cayó en la picota, y allí me las den todas». Una villa con justicia propia, como la de don Quijote, tenía una picota instalada en una de sus plazas, normalmente a la entrada por uno de sus caminos principales, dejando ver claramente a quienes se acercaban al lugar que delinquir en este lugar les podía salir muy caro. Así nos lo indica Miguel A. Maldonado en Rollos jurisdiccionales, horcas y picotas en la provincia de Ciudad Real:

Las declaraciones de villazgo, que en la gran mayoría de los casos llevaban aparejadas la independencia administrativa de las poblaciones, están íntimamente ligadas al establecimiento de rollos jurisdiccionales y picotas en los lugares que alcanzaban dicha concesión… El nuevo estatuto que alcanzaba el municipio quedaba simbolizado por el alzamiento de un rollo o picota, monumento que proclamaba la existencia de justicia propia en el pueblo.

La picota, aunque en sus orígenes era un poste de madera, en tiempo de Cervantes era una columna de piedra ajustada sobre cuatro o cinco gradas, también de piedra, instalada en una plaza o en la entrada de la villa donde se exponía a los ajusticiados y a los penados con escarnio público, sirviendo como advertencia para propios y forasteros. Las aldeas, entidades locales menores, dependían administrativa y judicialmente de una villa cercana. Excepcionalmente, en algunas aldeas grandes, «por merced de Su Majestad», podían disponer de oficios de justicia muy limitados en lo civil, pero de ningún modo en cosa criminal donde las sentencias podían llegar hasta la pena capital, siendo estas ejecutadas siempre en la picota.

La columna de la picota estaba rematada con una cruz de hierro forjado incrustada en ella. Esta terminación en punta y metálica, junto con su instalación en las afueras de la villa las hacía propensas a atraer los rayos durante las tormentas, coincidiendo así con la descripción que hace Teresa de que «un rayo cayó en la picota».

El responsable de mantener en buen estado la picota y ejecutar las penas impuestas por los jueces a los delincuentes era un verdugo. Las villas debían de contar con este tipo de funcionario público, que a veces era difícil de encontrar quien estaba dispuesto a ejercer este oficio y tenía los conocimientos. Habitualmente se contrataban a verdugos forasteros para evitar señalamientos y murmuraciones hacia sus familias cercanas.

La existencia de picota, su uso y conservación en Alcázar de San Juan está documentada en los Libros de Actas y Acuerdos Municipales. En el mismo agosto de 1604, los alcaldes y regidores alcazareños reunidos en su ayuntamiento toman el acuerdo de contratar a un verdugo. El título del acuerdo que anota al margen su escribano dice «salario del verdugo y pendiente de casa»:

Por cuanto, en esta villa hay necesidad de un verdugo, respecto de que muchos delitos que se cometen se dejan de averiguar en gran daño de los vecinos y del bien publico. Se han convenido con el Sñor gobernador y entre ellos an concertado a Pedro Gomez vecino de la ciudad de Guadalajara para que en esta villa haga el oficio de verdugo por el tiempo de un año…

El contrato comienza el día 1 de septiembre de ese mismo año. El salario convenido es de nueve mil maravedís y una casa para vivienda. Acuerdan que de los nueve mil maravedís, seis mil lo pague el gobernador del prior y los tres mil restantes la villa. El alquiler de la casa para el verdugo la pagarían a medias, gobernador y villa.

La fuente de la plaza

En la misma frase de la carta de Teresa a Sancho, esta le comunica que durante su ausencia la fuente de la plaza se había secado. Así le dice: «La fuente de la plaza se secó, un rayo cayó en la picota, y allí me las den todas»

A principios del s. XVII el abastecimiento de agua en la villa de Alcázar se hacía por medio de los pozos que disponían en las casas y principalmente desde el pozo del Varcargado, situado en el camino a Murcia, a extramuros de la villa. Hasta allí iban las mujeres y los mozos a recoger agua en sus cántaros, y también los aguadores que transportaban el agua, también en cántaros, sobre borricos o en carritos cantareros, ofreciéndola por las calles de Alcázar.

En esta parte de la Mancha, durante los meses de verano y especialmente en los periodos de sequía, el nivel freático de los pozos bajaba varios metros.

En 1602, poco antes de la escritura del primer Quijote, el concejo de Alcázar de San Juan, ante la alarmante bajada del nivel freático del pozo del Valcargado, que llegaba a quedarse sin agua todos los días, toma la decisión de buscar más agua dulce en otros parajes cercanos a la villa, en la zona del pozo de Vallejo, como anota el escribano el 21 de julio  en el acta de ese día:

Este dicho día se acordó que atento la grande necesidad que en esta villa ay de agua dulce y que se acaba cada día la que ay en el pozo del Valcargado, se obre por un fontanero y zahorí en el pozo del Vallejo a donde parece ay cantidad de agua por si conviene descubrirla.

Se encontró gran cantidad de agua en la zona marcada, por lo que se acordó realizar las obras necesarias para ampliar el pozo del Vallejo, «abriéndose una zanja de cincuenta varas de largo y tres de fondo». 

En esta parte de la Mancha, a principios del s. XVII, ningún lugar disponía de una fuente pública en su plaza, siendo, como hemos indicado antes, la forma habitual de abastecerse de agua dulce desde pozos públicos o privados.

Para disponer de una fuente en la plaza era necesario contar con un buen colector de aguas y que este estuviera varios metros por encima del nivel de la plaza. En este colector se tenía que instalar un sistema de extracción del agua mediante norias contratando a personas para su manipulación, o adjudicar su explotación a un tercero. Para llevar desde aquí el agua se tenía que construir una canalización cerámica soterrada en sus calles hasta la pila de la fuente de la plaza.

Alcázar de San Juan, entre la escritura de los dos Quijotes, construye una fuente pública en su plaza principal.

Al estar desaparecido el segundo Libro de Actas y Acuerdos, de los años 1610 y 1615, se desconoce el acuerdo concreto y su fecha por el que se decide construir una canalización desde la zona de captación del agua del pozo Vallejo hasta la plaza, y las obras necesarias para construir una fuente de piedra con varios caños. Investigadores locales datan la construcción de la fuente en la plaza en 1612.

El tercer Libro de Actas y Acuerdos, de 1616 a 1623, tiene desaparecidos los diecinueve primeros folios, comenzando en el folio 20 precisamente con un acuerdo sobre la «Fuente de la plaza». En octubre de 1616, de nuevo, ante la falta de agua en los meses de verano, también en la fuente de la plaza, se acordaba la contratación de las obras necesarias para una nueva ampliación de los dos pozos principales de captación de aguas con un pozo cercano, incluyendo su compra, dándole un plazo al concesionario de dos años para su terminación. Al ser el mismo concesionario que había realizado las obras de la fuente de la plaza le amplían la concesión del aprovechamiento del agua de doce a catorce años.

En esta acta podemos leer:

…que viese la disposición de los pozos y que se de la orden que conviniese y ara que se comenzase la dicha obra el cual aviendo visto los dichos pozos dijo convenir se abriesen y hiciesen dos contraminas de a cincuenta pies cada una para que oviese mas abundancia de agua. Y que se comprase el pozo de vende Alonso Moreno y ara juntar el agua de el con el pozo principal de el guerto de Montoya y dio el orden y firma como se habia de hacer la dicha obra para que quedase con toda perfección…

Es muy significativo que la frase «La fuente de la plaza se secó…» aparezca en el segundo Quijote de 1615, y solo un año después encontremos al concejo de Alcázar de San Juan buscando más soluciones ante la falta de agua en los pozos que abastecen a la fuente de la plaza de Alcázar.

La excepcionalidad de que Alcázar de San Juan contase de una fuente pública en la plaza, en esta parte de la Mancha, a principios del s. XVII, llegó incluso hasta pasado la mitad del s. XIX. Don José de Hosta, en su Crónica de la Provincia de Ciudad Real (1865), al describir el Partido judicial de Alcázar de San Juan, formado por Alcázar de San Juan, Argamasilla de Alba, Campo de Criptana, Herencia, Pedro Muñoz, Puerto Lápice, Socuéllamos y Tomelloso, anota sobre el suministro de aguas en estos pueblos: «…surtiéndose por tanto las personas en general de los pozos, que no dejan de abundar; únicamente Alcázar tiene en la plaza una fuente regular».

Las preciadas bellotas de sus montes

Seguimos con la sustanciosa carta entre la duquesa y Teresa. Hoy en nuestros viajes, como en tiempos de Cervantes, nos traemos a casa recuerdos singulares de los lugares en los que hemos estado, o se los pedimos traer a nuestros conocidos en sus viajes. Es lo que hace la duquesa en la carta que envía a Teresa. Le pide que de su pueblo le envíe ¡bellotas!: «Dícenme que en ese lugar hay bellotas gordas: envíeme hasta dos docenas, que las estimaré en mucho por ser de su mano…» (Q2, 50). La duquesa quiere que Teresa le envíe un producto típico, representativo de su pueblo, sus bellotas. Sin duda alguna las bellotas, y las encinas que las producen, eran un recurso muy significativo en él, y por tanto una imagen más del lugar de don Quijote.

La roturación de suelos para la agricultura en el término de Alcázar de San Juan ha hecho desaparecer casi por completo un recurso que en tiempos de Cervantes fue muy apreciado, fundamental para los gastos del Concejo: las bellotas de sus montes.

Seguimos en tiempos de la escritura del Quijote y la peste asolaba buena parte de España. En 1601, con los ingresos recaudados por la venta de la bellota en sus tres montes públicos, se financió la construcción de una cerca alrededor de la villa para el control de paso de las personas a ella. Esta cerca de tapial de una longitud de unos doce mil pies castellanos, unos 3,5 km, cerraba la villa de Alcázar, que era la más grande de la comarca cervantina con una población de «dos mil vecinos», entre ocho y diez mil habitantes. El día 12 de julio de 1601 se pone al margen el título «Para que se cerque el lugar», y anota el escribano:

… se ha acordado que esta villa se guarde, y por haber en ella muchos arrabales y calles que para se guardar de la dicha peste, como conviene, es necesario que se tapien y cierren y que no queden sino cuatro puertas por donde puedan entrar y salir los que vinieren con las demás de las partes que no estén apestadas, para que con más facilidad se pueda guardar. Y de causa de no tener esta villa propios, por estar empeñada, de causa de los pleitos que tienen pendientes en Corte de Su Majestad, y en la ciudad de Granada, acordaron y mandaron que se tome dinero prestado que para hacer la cerca y atajar las calles y portillo que es necesario cerrarse, como se acostumbra a atajar en semejantes ocasiones, de Juan Díaz Guerrero, depositario de los maravedís de la bellota…

En el 1605, el mismo año de la publicación de la primera parte del Quijote, nuevamente el Concejo de Alcázar de San Juan hace uso de la venta de su preciada bellota de los montes públicos de Villacentenos y del Acebrón para poder pagar las deudas contraídas con el maestro cantero por las obras en la iglesia de Santa Quiteria, y otros gastos importantes de la villa:

En la villa de Alcázar. A veinte y cuatro días del mes de septiembre de mil y seiscientos y cinco años, los señores Alcaldes y Regidores que abajo firmaron sus nombres, estando juntos para tratar y proveer las cosas convenientes a esta república, dijeron que por cuanto este Concejo y el mayordomo de la iglesia de Santa Quiteria están obligados a pagar a los herederos de Agustín de Arguello, maestro de cantería, vecino que fue de la villa de Madrid, mucha cantidad de maravedís que se le deben de la obra nueva y capilla mayor que hizo en la dicha iglesia… Por tanto acordaron se venda la bellota de la dehesa de Villacentenos y monte del Acebrón y se saque a pregón…

En el acta de 17 de octubre de 1604, posiblemente imprimiéndose ya el primer Quijote, dada la gran cantidad de bellota que se disponía en sus montes públicos se acuerda dejar a los vecinos de Herencia a pasar al monte del Arenal a varear y recoger bellota por ser vísperas de san Lucas…

Curiosamente, en este mismo folio acuerdan encargar a Pedro de Saavedra, vecino de esta villa, a que fuera a Granada a interesarse por unos pleitos de la villa, ya que Juan de Cervantes, regidor, quien tenía el decreto de ir hasta allí estaba enfermo.

Estas y otras muchas referencias a la bellota en las actas del ayuntamiento  de Alcázar de San Juan, ponen de manifiesto la gran importancia de la bellota como fuente de ingresos para la villa, imagen señalada en la carta de la duquesa a Teresa al pedirle bellotas de su pueblo.

Lugar de paso de los soldados españoles

A principios del siglo XVII, que una compañía de soldados pasara por una villa y decidiera alojase en ella varios días, o semanas, creaba un problema económico y social para ella. Obligadas las villas por ley a dar alojamiento y manutención, acarreaba un gasto enorme a las arcas del concejo, y mucho más para los vecinos más humildes que tenían que sufrir directamente la molestia de hospedarlos en sus propias casas. Socialmente ocasionaban no menos problemas, porque la llegada de una cierta cantidad de hombres, a veces muy ociosos, sobresaltaba la vida ordinaria de la villa.

Y no eran pocos los hombres que integraban una compañía de soldados. Felipe II disponía que cada Tercio de sus ejércitos se compusiese de 3000 soldados, divididos en diez compañías.  Al mando de cada una de estas compañías estaba un capitán, un alférez y varios sargentos. Aunque este número fue menguando conforme avanzaba el s. XVI, cuando Cervantes escribía el Quijote una compañía estaba formada por no menos de cien soldados y otros hombres con distintos oficios. Con este número de hombres, solo las villas medianas o grandes disponían de los recursos y podían asumir los gastos necesarios para su hospedaje y manutención, más, cuando había muchos vecinos eximidos de la obligación de albergar a los soldados, por lo que estos eran alojados en las casas de los más humildes y, por tanto, con menos recursos.

El paso de una de estas compañías de soldados aconteció en el lugar de don Quijote, mientras amo y escudero deambulaban por tierras aragonesas y catalanas. Así se lo cuenta Teresa a Sancho en su carta: «Por aquí pasó una compañía de soldados; lleváronse de camino tres mozas deste pueblo; no te quiero decir quién son: quizá volverán y no faltará quien las tome por mujeres, con sus tachas buenas o malas» (Q2, 52)

En octubre de 1608, antes de la escritura del segundo Quijote donde aparece la carta de Teresa a Sancho, el escribano del ayuntamiento de Alcázar de San Juan anota en el Libro de Actas y Acuerdos que: «en veinticuatro días deste mes de octubre de mil seiscientos y ocho años se alojó en esta dicha villa la compañía de hombres de armas del señor marques de Cañete a quien alojaron vecinos de dicha villa». Pasados más de quince días surgen los primeros problemas ya que el alojamiento «fue en casas de vecinos de poca posibilidad y fuerzas porque los más ricos hallaron estar libres de recibir huéspedes por mandato de Su Magestad, unos por hidalgos otros por salitreros…» Los alcaldes y regidores acuerdan que  «para aliviar mas el trabajo y costas a las personas en cuyas casas se alojan los dichos gentilhombres por cada día se dé a las casas un real para la costa del soldado»

Pero el tiempo pasa y la compañía seguía ociosa en la villa. De nuevo se reúnen para tratar este asunto y toman la decisión de que lo mejor es abonar al capitán una cierta cantidad de dinero para que se marchen a otro lugar, como se dice por esta parte de la Mancha ¡con la música a otra parte! Y encargan el «despacho» de la compañía de soldados a los regidores Melchor de Agudo y Andrés de Valdivieso que pactan con don Francisco de Londuño, que así se llamaba el capitán de la compañía, su marcha de la villa por ¡veinte mil reales!

En las actas no aparece reflejado si surgió algún exceso de los soldados, aunque sí se anota el nombramiento de dos regidores para que estuviesen al tanto, sospechando que tal cantidad de hombres podrían ocasionar  algún que otro problema.

La incomodidad del paso de la compañía de soldados por la villa queda de manifiesto en las actas del ayuntamiento, y explícitamente en el encabezamiento del acta del trece de noviembre de 1608, que dice: «Acuerdo de los regidores del ayuntamiento y alcaldes de esta villa para echar de ella a los gentiles hombres de armas por convenir a los vecinos de esta villa y bien de ella»

Oficialmente costó «echar a los gentiles hombres de armas» de la villa de Alcázar, los veinte mil reales anotados, además de las costas pagadas a los vecinos por soldado alojado y día, pero quizás también alguna que otra moza enamorada por las graciosas plumas que los soldados españoles aireaban por las calles y plazas de Alcázar.

Una imagen de Alcázar de finales de 1608 que irónicamente queda inmortalizada por Cervantes en el Quijote editado en 1615.

Un arroyo en la entrada

La carta en la que Teresa detalla estos sucesos es contestación a la carta que Sancho le había enviado junto con otra de la duquesa. Las cartas, con algunos regalos, las lleva un paje de los duques desde Aragón al lugar de Sancho:

Dice, pues, la historia que el paje era muy discreto y agudo, y con deseo de servir a sus señores partió de muy buena gana al lugar de Sancho, y antes de entrar en él vio en un arroyo estar lavando cantidad de mujeres, a quien preguntó si le sabrían decir si en aquel lugar vivía una mujer llamada Teresa Panza, mujer de un cierto Sancho Panza, escudero de un caballero llamado don Quijote de la Mancha; a cuya pregunta se levantó en pie una mozuela que estaba lavando, y dijo:

-Esa Teresa Panza es mi madre, y ese tal Sancho, mi señor padre, y el tal caballero, nuestro amo. (Q2, 50)

Cuenta el narrador de la historia que el paje «vio en un arroyo estar lavando cantidad de mujeres. El arroyo está «antes de entrar» en el lugar de don Quijote y la casa de Sancho entre las primeras casas nada más entrar en él: «venga vuesa merced, que a la entrada del pueblo está nuestra casa, y mi madre en ella», le dice la hija de Sancho.

Desde Aragón, el camino que debía de traer el paje de la duquesa es por Cuenca, Villaescusa de Haro, Mota del Cuervo y dejando atrás Campo de Criptana entrar por el Camino a Murcia a la villa de Alcázar.

Por el término de Alcázar de San Juan transcurrían varios arroyos. Uno de ellos, conocido como Arroyo Mina, recogía aguas en los cerros del Tinte y Las Fontanillas, situados al norte, y lamiendo por el este las afueras de la villa, se cruzaba con el camino a Murcia por debajo de un puente junto al ábside de la iglesia convento de San Francisco. Hasta bien entrado el s. XX las mujeres de Alcázar acudían a este arroyo a lavar la ropa en los conocidos como pilancones, lavaderos tallados en la piedra arenisca roja que hacía de cauce al arroyo.

En el Archivo Histórico Municipal hay muchos acuerdos sobre la reparación de puentes en su término, normalmente durante el verano para garantizar que las lluvias del invierno no ocasionaran roturas en ellos ya que la mayoría estaban hechos de madera. Uno de los más transitados era el que vadeaba este arroyo a la salida del pueblo por el camino de Murcia, muy frecuentado por mercaderes y viajeros de Toledo a Murcia y a la inversa. En este acta de 1849 en el que se disponían de los medios para las reparaciones de los puentes se hacía especial mención «a la puente que hay a el camino llamado de Murcia sobre el arroyo de la Mina».

El lugar visto desde una cuesta

Si la primera imagen que vio el paje del lugar de don Quijote fue desde el arroyo en el que las mujeres estaban lavando la ropa, Cervantes describe otra perspectiva desde otro camino del lugar de don Quijote.

Es en el regreso de don Quijote y Sancho desde Barcelona, pasando por El Toboso tratando de ver a Dulcinea por fin desencantada, gracias a los cientos de latigazos que el bueno de Sancho, fingidamente se había dado en sus posaderas. Llegan a su pueblo por el camino de El Toboso, y no lo ven  hasta que no suben una cuesta que lo oculta. Así nos dibuja esta imagen Cervantes: 

Con estos pensamientos y deseos subieron una cuesta arriba, desde la cual descubrieron su aldea, la cual vista de Sancho, se hincó de rodillas…

―Déjate desas sandeces ―dijo don Quijote― y vámonos con pie derecho a entrar en nuestro lugar…

Con esto, bajaron la cuesta y se fueron a su pueblo. (Q2, 72)

Las villas de El Toboso y Alcázar de San Juan están unidas desde antiguo por un camino derecho, hoy usado casi exclusivamente para tareas agrícolas. Viniendo por este camino no vemos Alcázar de San Juan en ningún momento. A unos 3,5 km antes de llegar a Alcázar nos encontramos con una cuesta de unos 15 metros de desnivel, en 600 metros de camino. Esta cuesta impide ver la imagen de Alcázar de San Juan, que solo se llega a ver cuando se salva este pequeño desnivel, coincidiendo la imagen real con el texto: «… subieron una cuesta arriba, desde la cual descubrieron su aldea… Con esto bajaron la cuesta y se fueron a su pueblo».

Este pequeño relieve es parte de los Cerros del Vallejo, donde aún pueden verse restos de los molinos de viento construidos entre los s. XVIII y XX.

De esta cuesta no hay documentación en el AHMASJ, pero es reconocible en cualquier MTN del Instituto Geográfico Nacional según sus curvas de nivel. Además de mostrarnos la imagen de la ciudad desde su cresta, como la que vio Sancho de su pueblo,  es el anticipo de una nueva imagen del lugar de don Quijote, que ahora veremos.

Las eras del lugar

Don Quijote y Sancho bajan la cuesta del camino de El Toboso, están llegando ya a su pueblo. Es aquí donde Cervantes nos regala otra estampa del lugar de don Quijote: las eras empedradas donde sus vecinos trillaban el cereal y a unos muchachos que aprovechando la cercanía a sus casas están jugando en ellas:

A la entrada del cual, según dice Cide Hamete, vio don Quijote que en las eras del lugar estaban riñendo dos mochachos… pasaron adelante, y a la entrada del pueblo toparon en un pradecillo rezando al cura y al bachiller Carrasco… Finalmente, rodeados de mochachos y acompañados del cura y del bachiller entraron en el pueblo y se fueron a casa de don Quijote. (Q2, 73)

La mayoría de las eras con las que contaba Alcázar de San Juan se concentraban en la parte noreste de la villa, entre los caminos de Quero, La Puebla y Miguel Esteban. Este último camino es inicio común del camino a El Toboso, el que traían don Quijote y Sancho de regreso a su pueblo. Antes de llegar por este camino a las primeras casas estaban las conocidas eras del pradillo.

Las eras del pradillo, que así se conocían cuando Cervantes escribía el Quijote, se encontraban en el paraje conocido como el Pradillo. En el primer Libro de Actas y Acuerdos de Alcázar de San Juan, entre 1599 y 1609, encontramos varios pleitos que mantuvo el ayuntamiento de la villa  con el gobernador del priorato. Uno de estos pleitos fue por la titularidad y uso de estas «eras en el pradillo», en el que sus alcaldes y regidores defendían y daban la razón a los vecinos propietarios de estas antiguas eras. Esto anota el escribano en 1600:

En la villa de Alcázar en diez y siete días del mes de febrero de mil seiscientos años estando en la torre del ayuntamiento de esta dicha villa los alcaldes y regidores que abajo firmaron sus nombres para tratar y conferir cosas tocantes del bien público de la dicha villa acordaron que por cuanto el gobernador del prior lleva algunos procesos contra los vecinos desta villa que tienen eras en el pradillo… se lleven los papeles que les pareciere en su provecho para que el dicho gobernador se satisfaga de como las dichas eras son de los vecinos que las poseen…

Estas «eras en el pradillo» junto al pueblo, se conservaron aún muchos años después. En el Libro Seglar compuesto sobre 1750, origen de las respuestas enviadas en 1753 al Catastro mandado hacer por el Marqués de la Ensenada, Felipe Díaz Carrascosa, vecino de esta villa, dice tener «una hera pan trillar en las del pradillo contiguo a esta población».

Al sur, esta era linda con una huerta, lo que implica disponer de abastecimiento de agua para su riego, un espacio verde entre las eras y las primeras casas, ¿un pradecillo, como le describió Cervantes, o pradillo como indica el nombre del paraje alcazareño? Todo indica que el topónimo de este paraje venga por este espacio verde orientado al norte, detrás de las últimas casas de la villa.

Cervantes nos dibuja una imagen del lugar de don Quijote como si viniene  acompañando a sus protagonistas desde El Toboso. Ve a unos muchachos jugando en unas eras en el camino de entrada y al poco a unos cazadores persiguiendo a una liebre en estas mismas eras, junto a un pradecillo o pradilloa la entrada de su pueblo donde encuentra rezando al cura y al bachiller. Podría haber omitido los detalles de esta imagen del lugar de don Quijote y el cuento habría sido el mismo. Sin embargo, aprovecha esta imagen de las afueras del lugar de don Quijote, con estas eras junto a un pradillo, como un gran escenario abierto antes de entrar don Quijote y Sancho a su casa.

Imagen que coincide exactamente con este paraje alcazareño en tiempos de la escritura de la novela, y que alguna vez tuvo que ver Cervantes entrando a Alcázar por el camino de El Toboso. Es necesario recordad aquí que el abuelo del Miguel de Cervantes Saavedra bautizado aquí, ¡hará mañana día 9 de noviembre exactamente cuatrocientos sesenta y cinco años! era de El Toboso, como le insistía don Silverio, el maestro de escuela de El Toboso, a Azorín en la visita que este hizo a El Toboso en 1905, inmortalizada en La Ruta de D. Quijote.

Esta misma imagen de las eras junto a las últimas casas de Alcázar de San Juan se podía ver hasta el comienzo de la construcción del ferrocarril y su estación, en el último cuarto del siglo XIX, que favoreció la expansión urbana de esta parte de la ciudad a cambio de variar sustancialmente su morfología.

La caza y la pesca

Hoy, en la Mancha, la práctica de la caza y de la pesca tiene un carácter exclusivamente deportivo o de ocio. Sin embargo, en tiempo de la escritura del Quijote eran destrezas de subsistencia, excepto para los labradores ricos y los nobles que gastaban mucho de su tiempo libre en cazar y pescar, donde hubiese ríos o lagunas con peces. Los más humildes, la gran mayoría, como Sancho Panza y Tomé Cecial, el vecino disfrazado de escudero del Caballero del Bosque, encontraban en la caza con galgo y la pesca con caña un recurso para contribuir con algo de carne y pescado fresco a sus escasas despensas. Esta es la conversación entre ambos vecinos-escuderos, cenando entre unas encinas cerca de El Toboso:

Harto mejor sería que los que profesamos esta maldita servidumbre nos retirásemos a nuestras casas y allí nos entretuviésemos en ejercicios más suaves, como si dijésemos cazando o pescando; [por]que ¿qué escudero hay tan pobre en el mundo a quien le falte un rocín y un par de galgos y una caña de pescar con que entretenerse en su aldea?

—A mí no me falta nada deso —respondió Sancho—. Verdad es que no tengo rocín, pero tengo un asno que vale dos veces más que el caballo de mi amo… Pues galgos no me habían de faltar, habiéndolos sobrados en mi pueblo; y más, que entonces es la caza más gustosa cuando se hace a costa ajena. (Q2, 13)

Cualquier persona conoce el principio del Quijote, aunque no lo haya leído. Así comienza el capítulo primero «Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo don Quijote de la Mancha»: «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor».

Antes de describirnos algo más del protagonista, Cervantes señala de él su condición de hidalgo trasnochado y que dispone de un caballo y un galgo. Poco después nos apunta del hidalgo manchego que era «gran madrugador y amigo de la caza», por lo que no es difícil deducir que Alonso Quijano era aficionado a la caza con galgo.  La orografía llana y el clima de esta parte de la Mancha propiciaban este tipo de caza de la liebre  con galgos, práctica que ha llegado hasta nuestros días.

En el lugar de don Quijote este tipo de caza era muy común entre los hidalgos, ricos labradores y los más humildes, como le aseguraba Sancho a Tomé: «… galgos no me habían de faltar, habiéndolos sobrados en mi pueblo»

La primera imagen que don Quijote y Sancho perciben de su lugar, cuando llegan por el camino de El Toboso, es una carrera de galgos tras de una liebre, en las eras situadas en sus afueras:

Queríale responder Sancho cuando se lo estorbó ver que por aquella campaña venía huyendo una liebre, seguida de muchos galgos y cazadores, la cual temerosa, se vino a recoger y a agazapar debajo de los pies del rucio. Cogiola Sancho a mano salva… (Q2, 73)

Pero lo que hoy parece común en todos los lugares de la Mancha, en Alcázar de San Juan en tiempo de la escritura del Quijote su práctica era persistente y notoria entre sus vecinos. Tanta era su afición o necesidad a la caza con galgos, que entre los acuerdos de los alcaldes y regidores para el nombramiento de los guardas de los montes públicos del Arenal, Acebrón y la dehesa de Villacentenos, una de las condiciones que advertían a los guardas era la de no llevar galgos a los montes asignados.

En el folio 92 del Libro de Actas y Acuerdos de diciembre de 1601 ordenan a las personas nombradas para guardar sus montes  que «… ningún de los dichos guardas pueda tener galgos ni otros perros de caza ni puedan traer ni traigan en sus cabalgaduras que trajeren aguaderones sino tan solo unas alforjas ordinarias en que lleven su comida, ni menos puedan andar en compañía de las personas que anduvieren a caza»

Estas obligaciones venían dadas para evitar que en lugar de vigilar la corta de madera de las encinas y la recolección de su bellota de forma ilegal, oficio para el que estaban nombrados, los guardas dedicasen su tiempo al ejercicio de la caza con galgos y que las muchas piezas cobradas se transportasen escondidas en aguaderones, un tipo de alforjas muy grandes para llevar cántaros de agua.

De la caza a la pesca en el lugar de don Quijote. La mayoría de pueblos de esta comarca declaran en sus Relaciones Topográficas de 1575 que no hay pesca en su término o la que hay es muy mala y que por ello no se pesca ni se consume.

Los ríos de esta parte de la Mancha, como el Záncara, Gigüela y Amarguillo se secaban siempre en verano, e incluso había inviernos en los que el agua ni siquiera corría por sus cauces, por lo que los peces que podían tener temporalmente eran muy pequeños e inservibles para su consumo. A excepción del río Guadiana, que corría todo el año. Pero, como el agua, los peces eran propiedad del prior de la Orden de San Juan, que mediante arriendos ofrecía su pesca, como ocurría en la villa de Argamasilla de Alba.

Los ríos Guadiana, Záncara y Gigüela atraviesan el término de Alcázar de San Juan y se unen en lo que hasta hoy se conoce como la Junta de los ríos. Poco más adelante, en los límites con el término municipal de Herencia, también aporta su caudal el río Amarguillo. Hoy es posible ver esta espectacular imagen solo los años de muy alta pluviometría, muy escasos actualmente.

A unos diez kilómetros de la villa, se juntan todos estos ríos para formar uno solo. En poco menos de dos horas de camino llano, sus vecinos tenían la posibilidad de hacerse con pescado de río fresco, en sustitución del pescado en salazón que arrieros y trajinantes traían desde Levante y Andalucía a la Mancha, y que no todos los vecinos podían pagar.

Además de pescar con caña, sedal y anzuelo, también se utilizaban garlitos con varios anzuelos y pequeñas nasas de mimbre amarradas a unas cuerdas.

Es tal la afición, o necesidad, a la pesca en Alcázar de San Juan, que en el año 1601 surgen denuncias de los agricultores por la elaboración de numerosas cespederas, unos muretes artificiales realizados con piedras y tierra, con las que se conseguía embalsar y retener el agua en los ríos durante varios meses, manteniendo vivos los peces. Así, de manera pasiva, se atrapaba con cierta facilidad, y en ocasiones en gran cantidad, el pescado.  

Pero estas construcciones, casi piscifactorías, ocasionaban taponamientos y desbordes en los meses de invierno cuando el caudal las desbordaba, ocasionando al salirse el río de su cauce daños en tierras, huertas y caminos de labor.

El día 14 de octubre de 1601 los alcaldes y regidores de Alcázar, ante las denuncias recibidas por agricultores y vecinos exponen:

…que de causa de que algunos vecinos de esta villa y forasteros han hecho y hacen muchas cespederas en el río Záncara para pescar y por haber tanta cantidad de las dichas cespederas tapan el río y sale fuera de madre y a echado a perder muchos huertos y haces de labor y otras heredades y los caminos por donde se va a las labores desta villa de suerte que a hecho notables daños…

Tomando la decisión de que al día siguiente un oficial del ayuntamiento vaya con la gente necesaria para demoler dichas cespederas hasta para que el río corra con normalidad.

Es tanta la pesca que se toma de sus ríos en ese invierno que pocos meses después, los mismos alcaldes y regidores alcazareños, acuerdan que la pesca se utilice para el consumo gratuito de todos los vecinos de la villa, por entonces de unos nueve a diez mil habitantes, impidiendo su comercio, con penas y multas para quienes habiendo pescado en sus ríos no lo cumpliesen.

En febrero de 1602 el escribano municipal anotaba en el Libro de Actas y Acuerdos:

Acordaron los dichos señores que se notifique a todas las personas que pescan en los ríos que están en el término de esta villa que acudan a ella con toda la pesca que tomaron de los dichos ríos para la provisión de esta villa. Sin que sean osados a vender la pesca en esta villa. So pena de seiscientos maravedíes…

Si el agua y la pesca eran propiedad del prior de la Orden de San Juan ¿cómo es posible que los vecinos de Alcázar pescaran con total inmunidad? Recordemos uno de los primeros y más antiguos documentos conservados en el AHMASJ, comentado al inicio. Al recibir en 1292 el título de villa por el rey Sancho IV le fueron otorgados, por haber nacido aquí su hijo Fernando, unos privilegios que otras villas no disfrutaban. Al ratificar estos privilegios su hijo en 1300, ya rey de Castilla, le otorgó otros, entre  ellos «la merced [d]e las pescas».

Estos antiguos privilegios fueron siempre disputa entre la villa de Alcázar y el prior de la Orden de San Juan, especialmente con su gobernador que residía habitualmente en Alcázar.

En julio de 1605, aprovechando que el Concejo de Alcázar de San Juan había nombrado a unos regidores para «ir a besar las manos de su Alteza el príncipe gran prior de San Juan» y de paso pedirle que «se sirva de remediar la necesidad de trigo para pan y sembradura» que tenía la villa ante las últimas malas cosechas que habían padecido, estos regidores le solicitan también que no arriende la pesca de los ríos, especialmente en Argamasilla de Alba, por lo poco que esto le supone a él y el mucho provecho que hace a los vecinos pobres poder pescar libremente en ellos, como es «costumbre antigua» en Alcázar de San Juan:

Item. Sinificando a Su A.[lteza] el daño que tiene a los pobres del arrendar la pesca de los ríos y lagunas y el poco provecho que tiene a Su Alteza y la defensa que tiene la villa en la costumbre antigua podría servirse de mandar que se den los dichos arrendamientos reduciéndose al estado antiguo.

«Costumbre antigua», «Reduciéndose al estado antiguo» quiere decir que se pueda pescar libremente en los ríos de su término como amparan sus privilegios  sin temer a nuevas denuncias de su gobernador, gastos en los recursos ante la Chancillería de Granada, etc.

Durante el tiempo de la escritura del Quijote son varios los documentos en los acuerdos del ayuntamiento, casi todos los años, en los que encontramos referencia a la pesca en los ríos por sus vecinos. Por ejemplo, en abril de 1608, los alcaldes y regidores tienen que tomar, de nuevo, cartas en el asunto por la construcción de las temidas cespederas en sus tres ríos:

Otro si acordaron que se pregone públicamente que todas las personas que tuvieren cespederas en los ríos de Zancara y Guadiana y Jiguela dentro del término desta villa las derriben y limpien la corriente de los dichos ríos sacando fuera de ellos las céspedes y otras cosas con [que] los tuvieren atrapados dentro de cuatro días con apercibimiento que pasado el dicho termino irán personas a su costa…

Cazar con galgo y pescar en los ríos, son artes que en Alcázar de San Juan, en tiempo de la escritura del Quijote, son tan practicadas por sus vecinos que tienen que ser reguladas e incluso sancionadas por los alcaldes y regidores de su ayuntamiento.

Estas son imágenes propias del lugar de don Quijote, especialmente la pesca en sus ríos, que en el Alcázar de San Juan se podía ver a principios del siglo XVII, mientras Cervantes escribía el Quijote. Una imagen muy difícil o imposible de ver en la mayoría de los lugares de la comarca cervantina.

El maestro y el médico en el lugar de don Quijote

Mucho se ha hablado, y se seguirá afirmando, sin mucho rigor histórico y social, que el lugar de don Quijote debía de ser pequeño en número de vecinos, una aldea pequeña. Realmente no sé en qué edición del Quijote lo han leído, en la de Cervantes no.

El lugar de don Quijote es una villa tan grande y con suficientes recursos como para construir una fuente pública en su plaza y poder acoger a una compañía de soldados en sus casas, solo al alcance de muy pocas villas grandes de la Mancha. Como tampoco un lugar pequeño, podía mantener una escuela pública y médicos entre sus gastos municipales.

La escuela

«Advertid que Sanchico tiene ya quince años cabales, y es razón que vaya a la escuela, si es que su tío el abad le ha de dejar hecho de la Iglesia» (Q 2, 5).

El bajo nivel educativo que había en la España rural durante la escritura del Quijote está señalado en el texto de la novela, cuando el mismísimo Sancho afirma que «yo no sé leer ni escrebir», como tampoco sabía su mujer Teresa, ni sus dos hijos. Lo mismo ocurría con Aldonza Lorenzo, Dulcinea.

En las clases sociales bajas era muy difícil encontrar a alguien que supiera leer y escribir, y mucho menos en aldeas o villas muy pequeñas, en las que por la poca disposición de recursos para contratar a un maestro y mantener una escuela lo hacía imposible, aunque el salario del maestro fuera bajo. Así, la falta de maestros y por tanto de escuela en los lugares manchegos pequeños  era lo habitual. Esta es una realidad social que no pasa desapercibida en el Quijote. Cervantes la describe, o critica con genial ironía, cuando don Quijote, por falta de papel, escribe una carta a Dulcinea en el librito de memoria que encontraron junto a la mula muerta, en medio de Sierra Morena, y le dice a Sancho:

… tú tendrás cuidado de hacerla trasladar en papel, de buena letra, en el primer lugar que hallares donde haya maestro de escuela de muchachos, o si no, cualquiera sacristán te la trasladará; y no se la des a trasladar a ningún escribano, que hacen letra procesada, que no la entenderá Satanás. (Q1, 25)

¡En el primer lugar que hallares donde haya maestro de escuela de muchachos! Cervantes evidencia la falta de maestros de escuela en la Mancha, quedando la formación de los niños en aprender a leer, escribir y contar, casi en exclusividad, a cargo de curas y clérigos en las iglesias y conventos. En niveles sociales más altos, el analfabetismo era lo infrecuente, llegando la educación en primeras letras también a las niñas, como lo muestra que las mujeres nombradas en el Quijote de clase media o alta todas sabían leer, como Dorotea, Luscinda, Zoraida en árabe, y la duquesa. También sabía leer la sobrina de don Quijote, un hidalgo.

La primera enseñanza, en los lugares que disponían de escuela y maestro, no era gratuita. Se cobraba una matrícula acordada entre los alcaldes y regidores de la villa, por lo que ante los escasos recursos económicos de las familias humildes, como la de Sancho, no todos los niños tendrían posibilidad de asistir a la escuela. Las niñas quedaban en casa aprendiendo labores, y, con el tiempo, poder llegar a servir en alguna casa o casarse, como le decía Teresa a Sancho: «Mari Sancha, vuestra hija, no se morirá si la casamos».

La edad con la que comenzaban a ir a la escuela era entre cinco y seis años. Sanchico ya tenía ¡quince años cabales!, una edad tardía para comenzar en las primeras letras. Esto era frecuente entre los muchachos, obligados a trabajar a edades muy tempranas casi de sol a sol.

Entre los ocho y diez años, sabiendo ya leer y escribir, podían iniciar en las conocidas como escuelas de gramática la segunda enseñanza en latín, empezando con el Introductiones Latinae, de Antonio de Nebrija, único texto aprobado por el Consejo Real de Castilla, en 1598. Esta formación, previa al ingreso en la Universidad, duraba unos tres años. Estas escuelas de gramática eran aún menos frecuentes en las villas pequeñas y medias.

Alcázar de San Juan disponía a inicios del s. XVII de escuelas de primeras letras donde iban los muchachos a aprender a «leer, escrivir y contar». Cuando ya los primeros Quijotes pasaban de mano en mano, los alcaldes y regidores de la villa de Alcázar de San Juan convienen, en julio de 1605, la necesidad contratar a un maestro más, a los dos que ya disponía la villa, para instruir a los muchos niños que había. Así lo anota el escribano:

En la villa de Alcazar a treinta y uno de julio de mil seiscientos y cinco años los señores alcaldes y regidores que abajo firmaron sus nombres estando juntos en su ayuntamiento a campana tañida como tienen de costumbre dixeron que por cuanto ay en esta villa necesidad de maestro para enseñar [a] los niños leer y escrivir y contar porque de presente no ay mas de dos maestros y esta villa tiene mucha vecindad y an sido informados que Gonzalo Ruiz vecino del Campo de Critana cerca a esta villa enseña a los niños y es maestro cual para ello conviene por tanto acordaron para que el dicho Gonzalo Ruiz venga a esta villa de la dicha del Campo debe asignar y asignaron de salario por un año que le cuente desde el dia que conmenzare en un año diez ducados para ayuda a pagar el alquile de una casa en que viva y asi lo acordaron y firmaron.

En enero de 1607, por «la experiencia [que] a mostrado» el maestro Gonzalo Ruiz se le asigna un salario anual de seis mil maravedís.

El médico

Mientras Cervantes escribía el Quijote, la mortalidad en España ha sido considerada como catastrófica. Además de los fallecidos en las guerras, por causas naturales y en el parto, la población española estaba sufriendo epidemias de enfermedades infecciosas, como la peste, el tifus o la difteria, agravadas por las malas condiciones alimenticias e higiénicas en la población más humilde, siendo las causas de una altísima mortalidad entre la población.

Algunas de las enfermedades no eran bien conocidas, especialmente las que afectaban a los niños, y eran estudiadas por los médicos más importantes del momento, publicándose libros sobre el conocimiento y la forma de tratarlas.

Los aspirantes a médicos debían formarse como bachilleres, cursar cuatro años de Medicina y tras dos años de prácticas y superar un examen teórico y práctico podían ya ejercer su profesión.

Aunque las villas les asignaban las mejores casas o una cierta cantidad económica para costas, los servicios que prestaban tenían que ser pagados por los propios enfermos, lo que impedía su presencia en aldeas o villas muy pequeñas.

El lugar de don Quijote contaba con al menos un médico. A él recurren cuando don Quijote «cayó malo» después de llegar a su casa desde Barcelona, donde había sido derrotado en su playa:

… porque o ya fuese de la melancolía que le causaba el verse vencido o ya por la disposición del Cielo, que así lo ordenaba, se le arraigó una calentura que le tuvo seis días en la cama…

Llamaron sus amigos al médico: tomole el pulso y no le contentó mucho, y dijo que, por sí o por no, atendiese a la salud de su alma, porque la del cuerpo corría peligro. Oyolo don Quijote con ánimo sosegado, pero no lo oyeron así su ama, su sobrina y su escudero, los cuales comenzaron a llorar tiernamente, como si ya le tuvieran muerto delante. Fue el parecer del médico que melancolías y desabrimientos le acababan. (Q2, 74)

Alcázar de San Juan, la villa con más habitantes de la comarca cervantina, contaba con el servicio de varios médicos en aquellos años. Pero ante las nuevas enfermedades que estaban apareciendo entre sus vecinos, en septiembre de 1601, sus alcaldes y regidores se reúnen, como siempre hacían, para «prover y platicar las cosas tocantes y convenientes al bien publico»:

… dixeron que atento que esta villa es de mucha vecindad y que puesto ay algunas enfermedades no conocidas de cuya causa los médicos que las curan no las conocen [acuerdan] traer un médico de fama y asista en esta villa para curar las dichas enfermedades.

En el acta nombran a cuatro comisarios, entre los alcaldes y regidores, para que hagan las diligencias oportunas para traer a dicho «médico de fama» y su salario.

Conclusión

Mediante el análisis inductivo de los condicionantes y referencias geográficas descritas en la novela he situado precisamente el lugar de don Quijote en el mapa de la comarca cervantina: Alcázar de San Juan.

Ahora, como hemos podido comprobar en este Taller de Historia Local, con el análisis deductivo de la imagen del lugar de don Quijote que en la novela nos deja el autor, hemos comprobado que coincide explícitamente, como si fuese un espejo, el texto cervantino con la imagen de Alcázar de San Juan de principios del siglo XVII, a través de las actas de su ayuntamiento conservadas en el AHMASJ.

Como cronista se entiende a un escritor que recopila y redacta hechos pasados o actuales de un lugar o una institución, dignos de ser recordados en el futuro. El título de esta ponencia podría haber sido  Cervantes, cronista del lugar de don Quijote, o quizás también Cervantes, cronista de la villa de Alcázar en el Quijote

¡Gracias!

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COMENTARIO SOBRE EL LUGAR DE DON QUIJOTE DE JAVIER ESCUDERO BUENDÍA

He recibido este comentario en mi blog de Javier Escudero Buendía, pero que por su extensión e interés he querido contestar también en la página central del blog:

«En las I Jornadas Cervantinas organizadas por el Ayuntamiento de Miguel Esteban (Toledo), el pasado 25 de Abril, parece que …

Ya había leído este post hace mucho tiempo y no lo había contestado porque estaba en otras guerras. Efectivamente, el pueblo que no cumple todos los requisitos geográficos es… Alcázar de San Juan.
Yo coincido con Luis Miguel Román Alhambra en que la venta es Manjavacas, no Puerto Lápice. Ciriaco Morón también dice que es Puerto Lápice y es una interpretación errónea del pasaje. También tenemos Luis Miguel y yo otros puntos en común. De hecho, los que hablamos de Miguel Esteban como Lugar tenemos recorridos geográficos distintos.
Pero Alcázar no puede ser El Lugar de la Mancha. Por muchas razones. La primera es que no es Campo de Montiel, sino de San Juan. Si sostienes que hay que cumplir con todos los requisitos, el primero ya te lo estás saltando. Decir que como estoy al lado, en un periquete estoy en él, es correr la silla para ver mejor el espectáculo.
Segunda que Miguel Esteban y El Toboso están atravesados por enmedio de sus plazas por el Camino de Toledo a Murcia. El camino bueno, el oficial, el de Villuga. Tener que ir a la venta de Manjavacas a armar a don Quijote caballero, y luego volver por «una rama secundaria» del camino, para que llegue a tu pueblo, que en este caso es Alcázar – me daría igual que fuera otro -, pues es mover de nuevo la silla para ver mejor. No coincide.
Sin embargo en Miguel Esteban o El Toboso volviendo de Manjavacas sí que te encuentras de frente con los mercaderes de la seda toledanos, como dice el texto. Por el camino de verdad. El auténtico. El cruce de los cuatro caminos puede ser perfectamente el de Manjavacas. Era el más importante. Además, como dice el canónigo más adelante para ir a Cartagena atraviesas el pueblo por la mitad, de ambos, lo que no sucede con Alcázar. Todos los caminos llevan a Roma, pero unos son más cortos que otros.
Tercero, que aunque se dice que sigue la derrota del Campo de Montiel en la primera y segunda salida, – que Alcázar no cumple, reitero -, en la primera ocasión entendemos que si le dan los rayos de frente, va hacia el este, cosa que Alcázar (y Miguel Esteban) cumplen yendo hacia Manjavacas. Pero, curiosamente, si luego en la segunda salida vas hacia los molinos de Campo de Criptana, yendo desde Miguel Esteban los rayos te dan de soslayo, pero desde Alcázar de frente. Es decir, que Alcázar tampoco cumple este requisito, y Miguel Esteban sí, porque vienes de Norte a Sur. Es todo lo contrario que dice Luis Miguel, su pueblo no lo cumple, Miguel Esteban sí, repito.
Cuarto, Miguel Esteban es un pueblo pequeño, que se estaba despoblando. Llegó a tener 80 % de hidalgos. Tenía solamente un cura, que compartía con Pedro Muñoz y que fue apaleado por Pedro de Acuña. No tenía médico – El Toboso en algunas épocas sí -, y sí barbero según el censo de 1591. Era el solar de los Villaseñor, citados por Cervantes en EL PERSILES. Que sí, que Villaseñores también había en Quero, en Alcázar, en Quintanar, etc. En definitiva, Alcázar era una capital, el centro de todo el Campo de San Juan. No es la aldea que se describe en la novela. ¿Burla porque Cervantes había nacido allí? Entonces ya tenemos que mover la silla de nuevo, y ya la hemos corrido tanto que nos hemos salido de la platea.
Y esto sin contar las coincidencias de nombres con Haldudo, las dos menciones a Quintanar, la mención a este mismo pueblo en EL PERSILES. Ni el Pedro de Acuña, Francisco de Acuña, Andrés de Carrión, Agustín Ortiz… Todos del triángulo de Miguel Esteban, El Toboso, Quintanar, que si los tuvieran Argamasilla, Mota, Infantes, Alcázar o Quero, bueno, serían los modelos vivos de don Quijote sin duda alguna. Pero no están allí, sino donde deben estar.
En estos años he intentado hacer una mezcla entre todas las teorías, la de Alcázar, la de Esquivias, las de Quintanar, Miguel Esteban, el Campo de Montiel, etc. Llevando personajes de todos los sitios. El resultado es el que habéis visto. Todos siguen inamovibles en sus posiciones, porque todos quieren ser el Lugar, y siguen sin reconocer los méritos de los otros. Porque hay personajes de Esquivias, los hay de Quintanar, el Campo de Montiel también. Pero se lo digo a todos, no os queráis quedar el Quijote en exclusiva para vosotros. Que es lo que parece.
Yo creo que Alcázar tiene coincidencias para ser parte del Quijote, sobre todo en algunos personajes, los de la venta principalmente. Pero no son suficientes para que sea el Lugar de la Mancha ni un elemento capital en la confección del Quijote. Eso se lo dejo a Esquivias, Quintanar, El Toboso y Miguel Esteban. Porque es lo que me dicen los documentos. Si mañana hay otras pruebas, cambiaré de opinión. Y lo que he visto de Alcázar, hoy por hoy no supera a esto. Y creedme he investigado un rato y sigo en ello, incluidos los archivos alcazareños.
En el documental DESCUBRIENDO EL QUIJOTE de Fran Fernández (2023) se pueden ver muchas de estas opiniones. Y se percibe algo que yo he notado, aunque puede ser una idea mía y no ser la realidad, que como dice Jesús Sánchez todos los que hablan de los Lugares de la Mancha sostienen que es su pueblo. Eso ya resta objetividad. Torrillas, perdón por llamarle así pero nos conocemos, es de allí, pero yo no.
Yo me he ido, perdonad la expresión, al «Sol que más calienta», y me cambiaría de equipo mañana mismo si Luis Miguel, Parra Luna o José Manuel Mujeriego, me convencieran, pero no es el caso. No soy del Madrid o del Barcelona para siempre. Ni en estos pueblos de que hablo me quieren tanto como para que me ponga su camiseta. Más bien todo lo contrario. Y por ende llevo quince o veinte años investigando, sé de que hablo.
Creo que Miguel Esteban gana por goleada hoy por hoy como la teoría más fundamentada para ser El Lugar de la Mancha. Aunque no lo sepa ni admita nadie, da igual. Si tuvieran el resto la cantidad de argumentos, también geográficos, que tiene este pueblo, ya habría consenso. Pero como no es Argamasilla – tradición -, ni Infantes – márquetin -, pues ahí seguirá. Lo sé. No soy idiota, vivo en este mundo. Y también soy consciente de que Alcázar lo tiene difícil, y que diga yo lo que diga, o lo que cuente Luis Miguel, pues cada uno seguirá con su tole tole y no les vamos a hacer cambiar de opinión. Ni tú, ni yo.
Y yo añadiría como conclusión además que tenemos todos el defecto de que se magnifico mis propios aciertos, y minimizo los del resto. Y eso no es el caso de Alcázar, es el de todos. Y la verdad es que como dice Fran Fernández, sales de las entrevistas pensando que todos tienen razón. ¿Cómo puede ser esto posible? Son teorías bien fundamentadas, pero parciales. Y Luis Miguel, lo siento, sé que como todos lo tienes claro, pero los que estamos fuera escuchamos a todos, y tu teoría no lo cumple todo como dices, más bien todo lo contrario: También tiene muchos fallos que no eres capaz de ver. Has hecho un molde a medida para que quepa todo, pero salte del molde y verás otra realidad. Eso es lo que vemos los de fuera. Puede que estemos equivocados, pero puede que también tengamos parte de razón.»

Mi respuesta:

Javier, te contesto también en la página central de mi blog porque no todos los que siguen este blog entran en la pestaña de comentarios.

Primero, agradecerte el comentario a unos de mis artículos, publicado en el año 2015, sobre el lugar de Miguel Esteban, que los lectores pueden volver a ver aquí:

Hace unas semanas expuse en una mesa redonda celebrada en Alcázar de San Juan mi hipótesis por la que Alcázar de San Juan es el lugar de don Quijote, frente a otras dos que mantenían que era Mota del Cuervo y Villanueva de los Infantes. Creo que si lees esta exposición, que dejé en la entrada anterior a esta, te quedarán contestados algunos de tus comentarios sobre mi hipótesis.

Lógicamente, la localización geográfica expuesta en esta mesa es siguiendo un análisis inductivo de los condicionantes geográficos que nos deja Cervantes. Así solamente queda marcado el lugar en el mapa. Por indicaciones del moderador de la mesa solo teníamos 15 minutos para hacer la exposición y después quedaría abierta la mesa al público y a las preguntas que consideraran oportunas. No hubo debate entre los ponentes porque no era ese el motivo de la mesa. Los aspectos que tienen que ver con la imagen que del lugar del Quijote nos dibuja el autor no los pude exponer, y son tan importantes como la situación geográfica. Lo haré el próximo 8 de noviembre en el Aula de Historia que tiene programado el Patronato de Cultura de Alcázar de San Juan con el título El lugar de don Quijote en el Archivo Histórico Municipal de Alcázar de San Juan. Como contaré con casi dos horas de ponencia será mucho más detallada que la mesa redonda. Unos días después también lo dejaré aquí publicado, aunque todo está ya editado en mi libro Tras los pasos de Rocinante.

Sobre la incidencia de los rayos del sol «a soslayo» sobre don Quijote y Sancho en su segunda salida,  no aparecen en ninguna de estas dos exposiciones concretamente. Para aclarar lo que para Cervantes y sus lectores de principios de s. XVII quería decir «a soslayo», cuando se refiere a los rayos del sol, te invito a que leas este artículo de mi blog:

¿Por qué no puede ser Miguel Esteban geográficamente el lugar de don Quijote?, ya lo expuse en el artículo que tú comentas. Además de lo que en él anoto de este lugar manchego, sería imprescindible que cumpliese todas y cada una de las imágenes que del lugar describe Cervantes: ser una villa lo suficientemente grande como para poder alojar a una compañía de soldados, disponer de una fuente pública en la plaza, contar con dehesas y montes de encinas, que un arroyo esté en la entrada al lugar viniendo de la parte de Aragón, que no se vea el lugar llegando por el camino de El Toboso hasta subir una cuesta, que por este mismo camino a la entrada disponga de eras donde trillar el cereal, tener en la pesca de sus ríos un recurso sus vecinos para sus despensas, tener al menos una escuela, contar al menos con un médico y un barbero, y que al menos disponga de dos curas en el lugar para que en el tiempo que el cura y el barbero salen en busca de don Quijote por Sierra Morena las almas de sus vecinos tuviesen amparo.Creo que son interesantes y muy aclaratorias.

Y como exponía en el artículo sobre Miguel Esteban te  invito, y también a los lectores de este blog, a valorar distancias de camino entre Miguel Esteban y la Venta de Manjavacas donde fue armado caballero don Quijote, según mis investigaciones publicadas por 2010 y que tú compartes, a El Toboso a donde se dirigió en su tercera y última salida, a Campo de Criptana y sus molinos de viento (que tiene que ser el mismo camino que le llevó a la venta). Y lo mismo le digo a quienes defienden otras localidades como Mota del Cuervo, Villanueva de los Infantes, Esquivias … Nunca tengo en cuenta a Argamasilla de Alba por el simple motivo que está nombrada en la primera parte de la novela y, como todos sabemos, Cervantes no quiso nombrar el nombre del lugar de don Quijote. Sencillamente la descarta el autor, como a Tembleque, El Toboso, Quintanar, Puerto Lápice e implícitamente Campo de Criptana, el lugar de los molinos de viento.

Afirmas que «Creo que Miguel Esteban gana por goleada hoy por hoy como la teoría más fundamentada para ser El Lugar de la Mancha» y sin embargo, bajo mi humilde punto de vista y con un sencillo mapa en las manos, yo solo veo que cumple alguna de las varias  condiciones geográficas que nos deja Cervantes del lugar buscado. Tampoco muestra la imagen que del lugar de don Quijote nos dibuja Cervantes.

Que Miguel Esteban está en el camino de Toledo a Murcia, «El camino bueno, el oficial, el de Villuga» según tú anotas, que aparece en las guías de viaje de mitad del siglo XVI, no puede excluir a los lugares que pocos años después y antes de la escritura del Quijote declaraban en sus contestaciones a las Relaciones de Felipe II que eran lugares pasajeros de Toledo a Murcia, como por ejemplo Madridejos, Villafranca de los Caballeros, Campo de Criptana… Las respuestas de Alcázar de San Juan aunque se enviaron están perdidas, pero mirando un mapa vemos que está en el camino entre Villafranca y Campo de Criptana. En el Archivo Histórico Municipal de Alcázar se pueden encontrar entre sus documentos de aquella época referencias a los caminos de salida de la villa a Murcia y a Toledo. En esta zona de la Mancha, tanto «El camino bueno, el oficial, el de Villuga» como sus variantes documentadas por sus vecinos contaban con similares longitudes y suficientes lugares de paso para alojarse sin necesidad de ventas. Solo el viajero o comerciante era quien escogía uno u otro camino para atravesar esta zona según sus intereses de paso.

Que Cervantes conocía a los Villaseñores y Haldudos de Quintanar no me cabe ninguna duda, como las noticias o sucesos que podían haber ocurrido en estos lugares de la Mancha y que le pudieron servir en el guion de su cuento. Sobre esto, tanto tú como Ángel Ligero Móstoles y otros autores tenéis documentación y pruebas más que suficientes que así lo demuestran. En mis trabajos, casi exclusivamente geográficos, no incluyo estudios sobre personajes de la novela que pudiesen tener trasuntos reales de la época de Cervantes. Solo sobre Alonso de Marañón, que por tener una relación directa con terrenos y casas en Alcázar de San Juan, le dediqué un artículo después de leer un libro sobre la tragedia de la Armada en La Herradura,  tragedia en el que se ahogó el mencionado Marañón en el Quijote. Lo puedes leer en:

Terminas con: «Y Luis Miguel, lo siento, sé que como todos lo tienes claro, pero los que estamos fuera escuchamos a todos, y tu teoría no lo cumple todo como dices, más bien todo lo contrario: También tiene muchos fallos que no eres capaz de ver». Quizás tengas razón, Javier. Cervantes ya presagiaba que todos los lugares de la Mancha lo querrían como hijo y yo he puesto a Alcázar de San Juan como otro lugar más a serlo. Mi método es leer el Quijote y por deformación o conocimiento profesional busco y miro mapas, y con un escalímetro mido el espacio en ellos, trasportando la legua de camino a kilómetros de hoy, según los datos que encuentro en la novela y al paso de Rocinante. La imagen que del lugar les quiso Cervantes dejar a sus lectores la he buscado y la he encontrado entre los documentos del tiempo de la escritura del Quijote guardados y en el Archivo Histórico Municipal de Alcázar de San Juan. Así de sencillo.

Si después de leer estos enlaces y argumentos, además del artículo que añadiré de la ponencia La imagen del lugar del Quijote en el Archivo Histórico Municipal de Alcázar de San Juan a mediados del mes de noviembre sigues opinando que tengo todavía  muchos fallos, poco más puedo hacer.

Luis Miguel Román Alhambra

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BUSCANDO LA PATRIA DE DON QUIJOTE

Dentro de los actos que el Ateneo de Alcázar está celebrando coincidiendo con los 25 años de su fundación, este pásado sábado 16 de septiembre ha tenido lugar una mesa redonda con el título Buscando la patria de Don Quijote: Entre el Campo de Montiel y el Corazón de la Mancha.

La Junta Directiva me propuso poder presentar en ella mi hipótesis en la que mantengo que el lugar de don Quijote es Alcázar de San Juan, ante otras dos que defienden que dicho lugar es Mota del Cuervo y Villanueva de los Infantes. El lugar elegido fue el Museo Municipal que contó con numerosas personas asistentes, tanto locales como llegadas de otros lugares, muy interesadas en este tema.

Esta es mi presentación y las imágenes que acompañé en dicho acto:

Mi hipótesis sobre la localización del lugar de don Quijote, su patria es la Mancha, partede la lectura íntegra y fiel de la novela. Utilizo el método de análisis inductivo para marcar en el mapa de la Mancha el lugar que más probabilidades tiene de serlo, teniendo en cuenta todos los condicionantes o referencias geográficas que nos deja Cervantes en la obra. Después, mediante el análisis deductivo, compruebo que la morfología e imágenes que de este lugar nos describe Cervantes, todas corresponden al lugar señalado.

Por cuestiones de tiempo en esta mesa me ceñiré al primer método y marcaré geográficamente, en el mapa de la Mancha, el lugar de don Quijote.

Cervantes, en el Quijote, utiliza un recurso narrativo innovador, con el que consigue que a don Quijote le surjan aventuras tanto de frente como por alcance en los caminos por donde transita. Para que personajes como el Caballero del Verde Gabán o los invitados a las bodas de Camacho y Quiteria le alcancen en el camino, solo tiene que escoger para dQ un caballo tan viejo y flaco como él, y además casi inválido. Para el ventero, que luego le arma burlescamente caballero, Rocinante no valía «ni aún la mitad» que cualquier caballería que por allí había pasado.

Para que no le quedase duda al lector, Cervantes mide exactamente esa condición física de Rocinante en el combate de don Quijote con el Caballero de la Blanca Luna, en las playas de Barcelona. En la justa que acometen, la distancia que los separa en el inicio hasta el punto del lance, las dos terceras partes la recorre el caballo del de la Blanca Luna y una tercera parte Rocinante, ¡exactamente la mitad! Así, haciendo que Rocinante caminara a la mitad de la velocidad que un caballo normal otros viajeros le alcanzarían en el camino.

Si un caballo normal anda en terreno llano, como son los caminos de la Mancha, una legua a la hora, unos seis kilómetros, Rocinante solo anda media legua, unos tres kilómetros a la hora.Solo así, también el espacio y el tiempo de las aventuras coinciden en el mapa de la Mancha.

Hay dos espacios geográficos importantes a la hora de enmarcar el origen de don Quijote: la Mancha y el Campo de Montiel, mejor dicho “el antiguo Campo de Montiel”.

Si el topónimo Mancha ha llegado hasta nuestros días es sin duda alguna por ser la patria de don Quijote. Lo que nos interesa definir es la Mancha natural que conoció Cervantes y no los espacios que las distintas divisiones de territorio, a lo largo de los siglos, han tenido este nombre, como la Mancha de Haver Garat (1237), Común de la Mancha (1353-1603), Partido de la Mancha (1530-1566), Provincia de la Mancha (1691-1833), Comarca Agraria de la Mancha (1976) y actualmente la Región de Castilla-La Mancha (1982)

¿Qué límites tiene el espacio geográfico de la Mancha, en cuyo corazón está la cueva de Montesinos, como nos indica expresamente Cervantes? Ni el Común de la Mancha ni el Partido de la Mancha, anteriores a la escritura del Quijote,  tenían entre sus límites administrativos esta famosa cueva.

Para responder a la pregunta anterior, y no enredarnos en qué era o no la Mancha del Quijote, lo mejor es leer lo que el propio Cervantes y Lope de Vega nos apuntan sobre sus límites geográficos.

Cervantes lo hace en la novela La Gitanilla, publicada en 1613 entre los dos Quijotes: «… Dejaron, pues, a Extremadura y entráronse en la Mancha, y poco a poco fueron caminando al reino de Murcia» Para Cervantes, la Mancha está entre Extremadura y el reino de Murcia.

Lope de Vega en El peregrino y su patria, de 1604, delimita el sur de la Mancha nombrando el Viso del Marqués,situado en las estibaciones de Sierra Morena: «Entre los esclavos de Alí Jafer había un español, hombre ya entrado en días, natural del Viso, aquel lugar de la Mancha donde el marqués de Santa Cruz labró aquella insigne casa…»

El norte de la Mancha natural no lo he encontrado en la literatura de aquellos años. Sílo demarca al sur del Tajo, entre otros geógrafos, el alemán Jessen: «Sin un tránsito sensible abandonamos la cuenca del Tajo para entrar en la del Guadiana, y, de la misma manera, la mesa de Ocaña pasa a convertirse en La Mancha…»

Estos son los límites naturales de la Mancha, un territorio muy extenso de Castilla.

Cervantes nombra explícitamente varios lugares de este inmenso territorio en el Quijote, y entre ellos los lugares cercanos al lugar de don Quijote y Sancho Panza,con los que hay una estrecha relación física y humana con él.

En el mapa de la Mancha estos lugares de Tembleque, Quintanar de la Orden, Argamasilla de Alba, Puerto Lápice y El Toboso, e implícitamente nombrada Campo de Criptana, conforman lo que denomino la “Comarca de dQ y SP”, su hábitat, su entorno familiar y social cercano.

Tembleque, es ellugar al que va Sancho a segar desde su pueblo.

Quintanar, es el lugar al que Sansón Carrascova a comprar los perros Barcino y Butrón.

Argamasilla, es el lugar de los académicos.

Puerto Lápice, es el lugar al que llegan después de la batalla de los molinos.

El Toboso, el lugar de Dulcinea, que tan bien conocen ambos.

Campo de Criptana, no está nombrada explícitamente, pero es el único lugar de la Mancha que contaría antes de la escritura del Quijote con más de treinta molinos.

Dentro de estagran comarca manchega está sin duda el lugar de don Quijote. De estos treinta y cuatro lugares que la integran, los que están nombrados en la novela no pueden ser este lugar, por expreso deseo de su autor que no quiso acordarse de su nombre. Solo los marcados en rojo pueden serlo.

El Toboso es un lugar «tan cercano» al de don Quijote, que incluso se conocían sus vecinos y sus familias. Don Quijote tiene decidido,en su tercera salida, ir hasta El Toboso a encomendarse a su princesa antes de ponerse en cualquier aventura. Indica el narrador que al anochecerdon Quijote y Sancho Panzasalen de su pueblo. Ambos conocen el camino y la distancia que separa estos dos lugares.Solo habían recorrido algo más de media legua cuando le dice don Quijote a Sancho:«… la noche se nos va entrando a más andar y con más escuridad para alcanzar a ver con el día al Toboso» (Q2, 8). Esa es la distancia de camino que separa ambos lugares, una noche de camino de primavera al paso de Rocinante.Don Quijote y Sancho hacen lo que es lo normal ante una noche tan oscura: parar y pasar la noche junto al camino. Duermen o hablan, no lo especifica el narrador, y la jornada de camino prevista por ambos (Sancho que conoce el camino como don Quijote no le contradice en su previsión de llegar en esa noche) la hacen durante el día siguiente, llegando al anochecer. Terminando el narrador con: «En fin, otro día, al anochecer, descubrieron la gran ciudad del Toboso».

El espacio indefinido, «cerca» o «tan cerca», Cervantes lo deja bien “definido”como la distancia que el bueno de Rocinante puede recorrer en una jornada de camino. En 8 a 10 horas, de noche o de día, Rocinante caminaría de 24 a 30 km.

Para recoger el mayor número de lugares que cumplan esta condición marco dos círculos con centro en El Toboso a 20 y 35 km.

Los lugares no nombrados en el Quijote y que se encuentran entre estos círculos, a una jornada de El Toboso, son los marcados en rojo.

En la primera salida, don Quijote sale por la mañana y llega al final de un muy largodía de camino a una venta donde es burlescamente armado caballero. En esta parte de la Mancha, y dentro de esta comarca, había cuatro ventas: la Venta de Montealegre en Lillo, la Venta de Manjavacas en Mota del Cuervo, la Venta de Las Motillas en Alcázar de San Juan y la Venta de Puerto Lápice.

La de Puerto Lápice no puede ser la venta a la que llega don Quijote porque hasta allí irá, ya con Sancho, después de la batalla contra los molinos. Además,esta venta está en territorio de la Orden de San Juan, como la Venta de las Motillas,y ningún ganadero de Quintanar, de donde era Haldudo (el ganadero de la aventura de Andresillo que ocurre al poco de salir de la venta) pagaría paso y pastos para su ganado cuando en la Orden de Santiago eran gratis. En la Orden de Santiago nos quedan las otras dos ventas. El camino que lleva don Quijote en esta primera salida es el de Toledo a Murcia, como ahora veremos,y solo la Venta de Manjavacas se encuentra en este camino. Es, por tanto, esta Venta de Manjavacasde Mota del Cuervo en la que es armado caballero don Quijote.

Trazo ahora dos círculos con centro en la Venta de Manjavacas, a 20 y 50 km.  Los lugares de la comarca cervantina, que no están nombrados en la novela, están a una jornada de El Toboso yse encuentran entre diez a doce horas de camino de Rocinante,una jornada larga, son: Corral de Almaguer, La Villa de Don Fadrique, Villafanca de los Caballeros, Herencia, Alcázar de San Juan, Quero y Tomelloso.

Estos que en la relación inicial quedan marcados en rojo.

Una de las aventuras de la primera salida es el encuentro de don Quijote con unos mercaderes de Toledo que iban a comprar seda a Murcia, cuando don Quijote regresaba desde la venta a casa por el mismo camino que le trajo a ella.

El camino de Toledo a Murcia, tan transitado en aquella época, tiene gran importancia en el análisis geográfico de la novela que no podemos obviar. Disponía de una ruta principal marcada en las guías de caminos de la época, los conocidos como repertorios de caminos, y por esta parte de la Mancha contaba con dos o tres variantes con la misma longitud aproximadamente, utilizadas por unos u otros viajeros según el  interés de su  paso. Vemos, como decía antes, que la Venta de Manjavacas está en este mismo camino utilizado por dQ en esta primera salida. El encuentro es de frente con los mercaderes de Toledo, por lo que don Quijote volvía a su casa por este camino de este a oeste, de Murcia a Toledo.

El camino de Toledo a Murcia pasa por medio del lugar de don Quijote. En el afán de traer al famoso hidalgo a su casa, desde la venta de Sierra Morena, la princesa Micomicona, Dorotea, hace que don Quijote le diese su palabra de que iría con ella a su país. Para que don Quijote no dudase de la treta urdida entre todos, dice el cura «… por mitad de mi pueblo hemos de pasar; y de allí tomará vuestra merced la derrota de Cartagena, donde se podrá embarcar con buena ventura…» (Q1, 24).

De los lugares de la comarca, que no están nombrados en la novela, que están a una jornada de El Toboso y de la Venta de Manjavacas, y que por mitad de su plaza pasa el camino de Toledo a Murcia solo son: Villa de don Fadrique, Villafranca de los Caballeros y Alcázar de San Juan.

Si hay un dato que hace coincidir a quienes de una manera o de otra se acercan al Quijote, es que Cervantes conoce la existencia de los más de treinta molinos de viento que había en Campo de Criptana, y es allí hacia donde encamina al hidalgo manchego, ya acompañado de Sancho Panza, en su segunda salida.

Dice el narrador que «una noche se salieron del lugar sin que persona los viese, en el cual caminaron tanto que al amanecer se tuvieron por seguros de que no los hallarían aunque los buscasen… en esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo…»

Parece muy claro que el espacio que separa su pueblo de Campo de Criptana es muy pequeño.

Esta salida ocurre en mitad de una corta noche del mes de agosto, llegando al amanecer a ver estos gigantes. El tiempo máximo de este recorrido habría sido entre tres y cinco horas. He marcado un círculo a quince kilómetros desde Campo de Criptana y solo Alcázar de San Juan queda dentro de este margen de espacio.

De los treinta y cuatro lugares que forman la comarca natural donde habitan dQ y SP, solo uno de ellos cumple contodas las condiciones o referencias geográficas descritas por Cervantes para ser el lugar de don Quijote. Este lugar es Alcázar de San Juan, en el que hoy estamos.

Ahora sí percibimos claramente que la geografía física y humana de esta parte de la comarca cervantina coincide expresamente con el texto. Saliendo hacia el este al final de un largo día llega a la Venta de Manjavacas. A la vuelta por el mismo camino, después de la aventura con el pastor Andresillo llega a un cruce, el mismo que describe Cervantes cuando don Quijote deja al libre albedrío a Rocinante para que escoja el camino, que lógicamente es hacia su cuadra. Poco después se encuentra con los mercaderes toledanos, llegando a su casa molido a palos y a lomos de un borrico de un vecino suyo que lo recogió del camino. En la segunda salida, de nuevo hacia el este, se encuentra con los molinos de viento de Campo de Criptana.

Distinguimos también que Alcázar de San Juan cuenta con varios arroyos ytres ríos en su término, donde sus vecinos, como Sancho, pescaban en ellos. Otra condición geográfica más del lugar de don Quijoteque solo Alcázar de San Juan cumple en el mapa de esta parte de la Mancha.

Con respecto al antiguo y conocido Campo de Montiel, un territorio significativo de la Mancha, es nombrado cinco veces en la novela y de ellas tres al comienzo de cada una de las salidas. Cervantes deja meridianamente clara la situación geográfica del lugar de don Quijote con relación a él.

En la primera salida dice el narrador que «… subió sobre su famoso caballo Rocinante y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel» y para que no dudase el lector subraya «Y era la verdad que por él caminaba» Parece claro que don Quijote estaba en el campo de Montiel, pero si era así ¿por qué remarca con «Y era la verdad que por él caminaba»? La respuesta a esta pregunta está en la segunda salida, cuando para estar en el campo de Montiel debe de “acertar” a tomar el mismo camino que la vez anterior.

Y me surge otra pregunta ¿si el lugar de don Quijote está en el campo de Montiel porqué tiene que acertar en tomar un camino particular para estar en él? La respuesta a esta segunda pregunta nos la da el narrador en la tercera salida cuando esta vez toma otro camino diferente a las dos anteriores, el camino de El Toboso, y ya no comienzan las nuevas aventuras en el territorio del campo de Montiel.

El lugar de don Quijote, por tanto,no está dentro del antiguo Campo de Montiel, pero está tan cerca de sus límites que “acertando” don Quijote en el camino de salida de su pueblo, al poco “comienza” a estar en él.

Si el lugar de don Quijote estuviese dentro del Campo de Montiel, como vemos en el recuadro de arriba, no haría falta “acertar” para estar en él, saliese por donde saliese siempre estaría en él.

Si ahora nos fijamos en el recuadro inferior, con el lugar de don Quijote fuera del campo de Montiel pero junto a sus límites, acertando por uno de sus caminos entra en él. Vemos también que con esta posición de su pueblo, en la tercera salida, al tomar otro camino distinto ya no entra en este territorio santiaguista.

Alcázar de San Juan, en la Orden de San Juan, tiene al este sus  límites con la villa santiaguista de Campo de Criptana, que en lo antiguo fue uno de los cuarenta lugaresque formaban el territorio delantiguo Campo de Montiel. En las dos primeras salidas, hacia el este, dQ entra en el antiguo Campo de Montiel, donde se encuentran la Venta de Manjavacas y los molinos de Campo de Criptana, y en la tercera salida lo hace por otro camino, por el camino a El Toboso.

Geográficamente, Alcázar de San Juan es el lugar de don Quijote de cuyo nombre Cervantes no quiso acordarse, ¡él sabrá los motivos!, pero esto es materiapara otra curiosa mesa.

¡Gracias!

Luis Miguel Román Alhambra

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Q.E.P.D, JEAN CANAVAGGIO

Fotografía de ABC/J.M. Serrano

A principios de 2011 tuve la osadía de mandarle a su casa de París uno de los primeros ejemplares de Mi vecino Alonso. Debió de ponerse a leerlo nada más recibirlo porque a los pocos días, el 28 de enero,  recibo un correo suyo que me decía:

«No quiero tardar más en comunicarle mis impresiones, una vez concluida mi lectura de su tan documentado estudio. Creo que, sin la menor duda, Cervantes estuvo pensando en Alcázar de San Juan en el momento de situar las aventuras de don Quijote de la Mancha. Varios de los muchos datos señalados y comentados por Ud a partir de sus propios y amplios conocimientos tienden a demostrarlo».

Sobre la experiencia o conocimiento in situ que tenía Cervantes de la Mancha, especialmente relacionado con el lugar de don Quijote, y que muestra en su novela, me señalaba: «Aquel lugar de la Mancha, por consiguiente, integra datos dispersos sacados de sus múltiples experiencias manchegas, entre las cuales no cabe excluir, ni mucho menos, aquellos detalles que le proporcionaron sus etapas y estancias en Alcázar de San Juan.»

Seguimos manteniendo en el tiempo conversaciones y comentarios sobre el Quijote, su geografía explícita e implícita, etc. Clases magistrales de un sabio maestro en cartas formato correo electrónico.

Hoy vuelvo a recordar este entrañable correo del profesor Canavaggio y hojeo de nuevo los documentos que me hizo llegar a casa, dedicados de su puño y letra. Sabía que por motivos académicos tendría que volver por la Mancha algún día y, si el tiempo se lo permitía, quería poder quedar para  vernos y comentar despacio el Quijote en Alcázar de San Juan alrededor de un almuerzo cervantino. No ha podido ser.

Ayer, 21 de agosto, me llegaba la triste noticia de su fallecimiento. Hoy el mundo cervantino se ha quedado huérfano. Nos dejó este enamorado de Cervantes y su obra a los 87 años de edad.

Desde el Corazón de la Mancha, que él tanto admiraba por ser la patria del hidalgo manchego, desde Alcázar de San Juan quiero transmitir mi pésame a toda su familia.

¡Que en paz descanses, amigo!

                                                       Luis Miguel Román Alhambra 

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DE PASEO CON CERVANTES

DEL ESTUDIO DE LA VILLA A LAS DESCALZAS REALES

De Miguel de Cervantes, escritor, casi no es posible escribir ni leer más. Pero se seguirá haciendo. Aún quedan miles y miles de artículos, conferencias, ensayos y todo tipo de trabajos por publicar sobre su obra, especialmente del Quijote, desmenuzando hasta el infinito su ingenio, su forma de escribir o su intencionalidad, si es que tuvo alguna más que la de entretener a todo el mundo, y de paso, ganar fama entre el mentidero de los representantes, autores de comedias y comediantes, y, algo muy importante, una pizca de dinero para mantener su «humilde choza». Pero del Miguel de Cervantes, persona sin más, quedan muchos vacíos en su vida que han tratado sus biógrafos de solventar, unas veces novelando y otras pasando de puntillas por ellos, con mejor o peor resultado.

Maestro de escuela por Jan Steen (1626-1679

Este es el caso, hay más, de su paso por el Estudio de la Villa de Madrid, si es que el alcalaíno se sentó alguna vez en sus pupitres, y la relación discípulo-maestro con Juan López de Hoyos, preceptor por aquel entonces de esta escuela pública municipal.

Lo que no cabe duda alguna es que en el año 1568 un tal Miguel de Cervantes asistía en el Estudio de la Villa como alumno a las clases de Gramática del maestro López de Hoyos, que  acababa de ser contratado por oposición en enero de ese mismo año como catedrático de dicho centro educativo. A estas escuelas o estudios, repartidas por muchas villas de Castilla, acudían los muchachos, que ya sabían leer y escribir, para formarse durante seis años en los «conceptos de la Gramática», y una vez terminada esta formación poder matricularse en una universidad si querían seguir sus estudios. La edad habitual para entrar a estos estudios de las villas era de entre ocho a diez años, acabando en ella no más tarde de los quince o dieciséis.

Entrada de Felipe II en Madrid por Carlos Múgica y Pérez (1862)

Este año de 1568 fue un año convulso para la Monarquía Hispánica y para la Villa de Madrid. Solo hacía siete años que la Corte se había trasladado a Madrid desde la imperial Toledo, y entre acomodos de todo tipo de personajes que la acompañan y nuevos vecinos llegados de toda España para trabajar en ella, la villa estaba patas arriba entre demoliciones de casas, construcción de nuevas, problemas de higiene y salubridad en sus casas y calles… Y en esto se muere el príncipe Carlos en las últimas horas del 24 de julio. Entre el entierro en el convento de Santo Domingo el Real, exequias oficiales con procesiones, misas y responsos, y las ofrecidas después por el ayuntamiento de la Villa, con más procesiones, misas y responsos, Madrid no entró en cierta normalidad hasta finales del mes de agosto.

Pero el sosiego, si es que en Madrid alguna vez lo hubo, duró bien poco. Casi no habían recogido los lutos oficiales cuando, el 3 de octubre, la reina Isabel de Valois, esposa de Felipe II, fallece durante el parto prematuro de una niña. Y Madrid se vuelve a alterar y enmudece de nuevo. Solo el clamoreo de las campanas llamando a muerto de las más de setenta iglesias y conventos, que envuelve el ambiente, rompe el silencio por su querida joven reina.

Isabel de Valois por Juan pantoja de la Cruz (1553-1608), Museo del Prado

Si en el entierro y funerales del príncipe Carlos la presencia de los Grandes de España y personalidades militares, civiles y religiosas fue numerosa, ahora lo sería mucho mayor. Durante esos días, en Madrid, todavía había muchos embajadores de todo el mundo con sus séquitos para dar al rey el pésame por la muerte del príncipe Carlos.

Uno de estos personajes destacados fue monseñor Giulio Acquaviva, enviado por el papa Pío V para llevar sus condolencias al rey y, de paso, tratar con él diversas cuestiones políticas y religiosas. Monseñor Acquaviva parte de Roma el 19 de septiembre y llega a Madrid el 13 de octubre, diez días después del fallecimiento de la reina, encontrando la villa conmocionada por la pérdida de la reina. El joven Acquaviva contaba con veintidós años, «mozo muy virtuoso y de muchas letras» según el embajador en Roma Juan de Zúñiga, está en la Corte  durante las honras de la reina, y después de verse con el rey en privado parte de Madrid hacia Roma el día 30 de diciembre de ese mismo año de 1568.

Esta vez, por expresa petición de la reina poco antes de morir, el lugar donde reposarían sus restos sería el convento de las Descalzas Reales. Y el protocolo sería el mismo, primero el entierro, después se prepararían y se celebrarían las honras oficiales de la monarquía y, terminadas estas, las ofrecidas por el Ayuntamiento de Madrid.

Si hoy disponemos de los detalles de estas dos muertes, sus entierros y honras fúnebres, es porque el mismo catedrático del Estudio, Juan López de Hoyos, las escribió y las publicó poco después de cada una de ellas, con el título de: Relacion de la muerte y honras funebres del SS. Principe D.Carlos, hijo de la Mag. Del Catholico Rey D. Philippe segundo nuestro señor, e Historia y relación verdadera de la enfermedad felicísimo transito, y sumptuosas exequias fúnebres de la Serenisima Reyna de España doña Isabel de Valois nuestra señora. López de Hoyos las pudo presenciar porque, al menos, para las exequias municipales el ayuntamiento le concertó, era funcionario municipal, para que su Estudio de la Villa preparase las alegorías, jeroglíficos y epitafios necesarios para ilustrar los lienzos que colgarían en el convento mientras estas se celebrasen.

López de Hoyos pone a trabajar el ingenio de sus alumnos más aventajados nada más conocer el interés del ayuntamiento por que sea el Estudio quién se encargue de la parte artística en las honras por la muerte del príncipe Carlos. En su Relacion de la muerte y honras funebres del SS. Principe D.Carlos, al final, orgulloso del trabajo de sus discípulos, así lo anota: «…de lo sobredicho en nuestro estudio los estudiantes hicieron muchas oraciones fúnebres, stancias y sonetos muy buenos con que dieron muestra de sus habilidades. Confío en el señor nos ayudará con su divino favor y gracia, para que ellos se vayan mejorando de virtud en virtud, y yo acierte en su buena instrucción de ciencia y costumbres».

A principios de octubre, de nuevo, los discípulos del Estudio vuelven a crear nuevos epitafios, sonetos y versos que se han de incorporar pintados en los lienzos que colgarán en la iglesia del convento de las Descalzas Reales, alrededor del túmulo que se está construyendo a toda prisa en memoria de la reina.

Del resultado de estas nuevas composiciones de sus alumnos al recuerdo de la reina, siendo vistas y apreciadas por multitud de personalidades de todo el mundo presentes en las exequias, el maestro López de Hoyos se sentirá aún más orgulloso, como lo destaca en su Historia y relación verdadera de la enfermedad felicísimo transito, y sumptuosas exequias fúnebres de la Serenisima Reyna de España doña Isabel de Valois nuestra señora: «En torno al túmulo hubo todas estas letras, que de más de los ejercicios en latín que en el estudio hicieron nuestros discípulos, también compusieron en metro Castellano, y dedicado todo este tan maravilloso espectáculo, a la serenísima Reina, el ilustre ayuntamiento desta villa de Madrid».

Al contrario que en la Relación compuesta para el príncipe Carlos, que no nombra a ninguno de los discípulos del Estudio, en esta a la reina Isabel nombra a uno de esos discípulos, a Miguel de Cervantes. Y lo hace en tres ocasiones explícitamente y una más implícitamente.

La más conocida y repetida en miles de folios sobre su vida, dice el maestro: «Estas cuatro redondillas castellanas, a la muerte de Su Majestad, en las cuales como en ellas parece, se usa de colores retóricos y en la última se habla con su Majestad, son con una elegía que aquí va de Miguel de Cervantes, nuestro caro y amado discípulo»

Sin nombrarlo explícitamente, al presentar la elegía dice de él: «La elegía que en nombre de todo el estudio el sobredicho compuso. Dirigida al Ilustrisimo y Reverentisimo Cardenal don Diego de Espinosa. En la cual con bien elegante estilo se ponen cosas dignas de memoria» ¡Una elegía de más de ocho páginas! De esta elegía, en el índice final de la Relación, dice de ella: «Elegia de Miguel de Cervantes en verso Castellano al Cardenal en la muerte de la Reyna, tratanse en ella cosas harto curiosas con delicados conceptos»

También lo nombra como autor de un epitafio, en el índice: «Primer Epitafio en Soneto, con una copla castellana que hizo Miguel de Cervantes mi amado discípulo».

Es significativo advertir el cariño con el que el maestro trata a su discípulo del Estudio de la Villa de «nuestro caro y amado» y «mi amado discípulo», a la vez que elogia su composición «de colores retóricos», «elegante estilo» o de «delicados conceptos».

Por las descripciones que de las honras fúnebres hace López de Hoyos en el interior de las iglesias de los conventos, no cabe duda que las presenció personalmente. Una vez recibido el encargo de parte del ayuntamiento para dirigir su preparación artística en ambas exequias, tuvo que desplazarse andando por las calles de un Madrid en luto desde su Estudio hasta los conventos elegidos para los entierros. Al convento de Santo Domingo el Real no sabemos si lo acompañó algún discípulo de su Estudio, tampoco si lo hizo alguno al convento de las Descalzas Reales. Pero si un discípulo lo acompañó al túmulo de la reina, ese tuvo que ser Miguel, su «amado discípulo».

El recorrido que hizo Juan López de Hoyos al convento de las Descalzas Reales, desde su Estudio, es posible hacerlo hoy. Más de cuatro siglos y medio después voy a seguir esos mismos pasos por el Madrid urbano más antiguo. Me precederá un relato de ficción basado en hechos históricos reales sobre un trazado urbano también real, en la que junto al maestro irá su discípulo querido, Miguel. Ambos caminan desde las puertas del Estudio hasta las mismas puertas de la iglesia de las Descalzas Reales. El maestro lleva consigo los diseños con los trabajos realizados en el Estudio para que puedan ser expuestos durante las exequias ofrecidas por el ayuntamiento a su reina. Yo iré después, solo unos pasos detrás de la sombra que dejó Miguel en las calles de Madrid.

Quiero disfrutar de lo lindo por este Madrid del siglo XXI, siguiendo a Miguel por el Madrid de la segunda parte del siglo XVI. Son casi ochocientos metros, un paseo, en un día de «los calurosos del mes de Julio». Observaré que el trazado de sus calles y la alineación de sus edificios han cambiado en esta parte más antigua de Madrid. Algunos edificios civiles y religiosos siguen en pie y otros han dejado paso a nuevas construcciones, pero el suelo de Madrid que voy a pisar, con algunas capas de asfalto y nuevos adoquinados en sus aceras, es el mismo que pisó Miguel.

Antes tengo que situarme mentalmente en las calles de Madrid de 1568. En mi recorrido tengo que imaginarme la imagen física y humana de la villa que vio Miguel, para después abrir los ojos y ver la imagen de la ciudad de hoy en ese mismo lugar.

La evolución, física y humana, que vio Miguel en la villa madrileña en esos años fue espectacular. Si antes de que decidiese Felipe II cambiar la Corte de Toledo a Madrid, en 1561, esta villa contaba con unos 9.000 habitantes, al poco de llegar a ella ya tenía casi 16.000, y en el año 1568 tendría más de 30.000 almas viviendo en ella. Este aumento enorme de población dio paso a muchos problemas de habitabilidad porque no había casas para tantos nuevos vecinos. La construcción y rehabilitación de viviendas fue un reclamo para miles de trabajadores que dejaban el campo tratando de buscar un futuro mejor. Maestros alarifes, carpinteros, jornaleros y mozos se afanaban en levantar nuevas casas, mientras los carreteros se esforzaban en traer los materiales de construcción necesarios desde arenales, canteras o carpinterías. Carros con piedra, mortero y traviesas de madera entorpecían el día a día de los vecinos. Si al poco de llegar la Corte había unas 2.500 casas, en 1568 había mil casas más.

La Villa de Madrid no contaba con agua corriente ni saneamiento público en sus casas. Ante la falta del caudal necesario aportado por el río Manzanares, la villa se abastecía principalmente mediante las abundantes aguas de gran calidad de las sierras cercanas, que se recogían por filtración mediante pozos en los patios de las casas y fuentes en plazas y huertas. Famosas eran las fuentes de Lavapies y Leganitos, las del Prado de San Gerónimo, del Caño Roto, del Olivillo y de la Sierpe, o la de los Caños Viejos, debajo mismo del Estudio de la Villa. A estas fuentes, algunas de nueve tazas grandes de piedra con llamativos caños dorados, las mujeres, mozos y cantareros iban y venían a ellas desde las casas en un trajín difícil de imaginar hoy. El agua usada para la limpieza de las casas y las necesidades fisiológicas de sus moradores era otro aspecto a tener en cuenta mientras se caminaba, porque estos residuos llegaban a la calle desde las ventanas de las casas uno o dos segundos después de oír el ¡agua va!, por lo que transitar por la calle podría resultar algo incómodo debido a los posibles restos que algún orinal había dejado en la calle, o estaba llegando.

Los servicios de limpieza, a cargo del ayuntamiento, eran escasos y no daban abasto en retirar y adecentar gran parte de las calles de la Villa. En este paseo voy a caminar por las mismas calles que conoció Miguel, pero sin tener que preocuparme por el estado de limpieza y saneamiento de sus calles.

Aunque era mucho el ajetreo en las calles, este causaba un ruido distinto y menor que el actual. Caballos y ruedas de carros formaban el sonido ambiente diurno, aderezado con las voces del pregonero informando de los últimos acuerdos municipales, escoltado por los alguaciles y todo tipo de personajes que no tenían otra cosa que hacer ese día, que también eran muchos. En los días de mercado el trajín aumentaba considerablemente. Por la noche el silencio era casi total, solo roto por  alguna discusión o juerga fuera de la ley.

Plano del recorrido desde el visor de SignA (IGN)
Plano del recorrido sobre el plano Topographia de la Villa de Madrid (1656) de Pedro Texeira

Voy a manejar en mi recorrido el plano callejero del visor SignA, del Instituto Geográfico Nacional, y el plano de Madrid que en 1656 publicó el portugués Pedro Texeira, con el título de Topographia de la Villa de Madrid. No es el más antiguo, disponemos de otro conocido que pudo realizarse entre 1618 y 1621 por el italiano Antonio Marcelli. Mucho más reproducido, el de Texeira es también un vista de pájaro y más fiel al plano real de la Villa que el de Marcelli. Las fachadas de palacios, iglesias y conventos están dibujadas del natural con mucho detalle, por lo que me servirá también para imaginar lo que hoy no puedo ver.

Inicio mi ruta cervantina-madrileña. Me dirijo al mismo lugar donde estaba el Estudio de la Villa, que ahora lo ocupa este edificio nº 2 de la calle de la Villa. Lamentablemente, para las imágenes que iba a tomar, tiene la fachada cubierta de andamios y redes de protección al encontrarse en restauración. Rebusco en mis archivos para poder componer esta imagen, en la que puedo leer lo que en su placa ubicada en la fachada pone: «AQUÍ ESTUVO EN EL SIGLO XVI EL ESTUDIO PÚBLICO DE HUMANIDADES DE LA VILLA DE MADRID QUE REGENTABA EL MAESTRO JUAN LÓPEZ DE HOYOS Y A QUE ASISTÍA COMO DISCÍPULO MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA» Esta calle unía la calle Mayor y la fuente de los Caños Viejos, en la vaguada que luego sería la calle Nueva, hoy calle de Segovia.

El maestro López de Hoyos sale por la puerta del Estudio. Lleva debajo de su brazo, en un viejo cartapacio de badana, los papeles que acaban de terminar de escribir sus alumnos de Gramática, algunos están firmados por el discípulo que le sigue a unos pasos, Miguel. En rápidas zancadas sube esta empinada calle, dejando a su izquierda las casas de las familias Porras y Bozmediano, hasta la mitad del final de la calle Mayor. El maestro sigue su camino, pero Miguel se queda un momento en mitad de la calle, dirige una mirada a la iglesia de Santa María la Mayor y se santigua, así se lo enseñaron hacer sus padres. De la iglesia entran y salen feligreses de hacer su plegaria a la Virgen de la Almudena por la reina Isabel.

Miguel ve que su maestro, que sigue a paso firme, se le ha adelantado mucho habiendo ya pasado por debajo del arco de la antiquísima Puerta de Santa María. Miguel no quiere alejarse de su maestro y aligerando el paso atraviesa también este arco de piedra.

Subida por la calle Petril de los Consejos

Dejo atrás el edificio recordatorio del Estudio de la Villa y subo un desnivel de unos diez metros por la calle Petril de los Consejos, desde la parte trasera del edificio de los Consejos hasta la calle Mayor. El desnivel es apreciable, lo demuestra la diferencia de las fachadas del edificio de los Consejos, que me queda a mi izquierda, por detrás veo cinco plantas y por delante veré solo tres.

Iglesia de Santa María la Mayor

Llego a la calle Mayor, pero a mi izquierda, al oriente, no veo la iglesia de Santa María la Mayor. Esta iglesia, marcada en el plano de Texeira con A, era la matriz de Madrid, la más antigua de todas, y en ella se veneraba la imagen de Nuestra Señora de la Almudena, que fue hallada, según cuenta la tradición, el día 9 de noviembre de 1085, en una hornacina oculta dentro de uno de los cubos de la muralla antigua, junto a la Puerta de la Vega, un poco más abajo. Allí había estado escondida durante casi cuatro siglos para salvaguardarla de la invasión árabe a esta parte de la península. Templo de origen romano o godo, durante la invasión sirvió de mezquita siendo consagrada nuevamente, después de ser expulsados los árabes, por el rey Alfonso VI. En un incendio de la iglesia la imagen desapareció y tuvo que realizarse una nueva talla que es la que hoy podemos apreciar y venerar.

Como se aprecia en el plano de Texeira, la cara sur de la iglesia estrechaba la calle Mayor y con la intención de reordenar esta calle principal con la calle Bailén, el ayuntamiento, con la oposición de gran parte de la Villa, ordena la demolición de la iglesia en 1868. La imagen de Nuestra Señora de la Almudena fue trasladada a la iglesia del convento vecino del Santísimo Sacramento de las Madres Bernardas, actual Iglesia Catedral de las Fuerzas Armadas, y allí estuvo hasta que se terminó en 1911 la Cripta de la nueva catedral, a la que se trasladó. Después de la Guerra Civil, ante los daños sufridos en la Cripta, se volvió a llevar a las Madres Bernardas, hasta el 10 de junio de 1993 que se llevó en solemne procesión a la recién terminada catedral de Santa María la Real de la Almudena.

En su lugar veo un edificio que ocupa casi toda la superficie que albergaba la iglesia. Solo unos pocos vecinos actuales del inmueble saben que moran sobre los restos de la iglesia más antigua de Madrid. Al otro lado de la calle Bailén veo la fachada de la Cripta y el crucero de la catedral de Nuestra Señora de la Almudena.

Cruzo la calle Mayor. Junto a la esquina de este edificio con la estrecha calle de la Almudena, que lo rodea por detrás, puedo apreciar una pequeña maqueta en bronce de la antigua iglesia de Santa María.

Capitanía General y Consejo de Estado

Ahora, enfrente veo este magnífico edificio, que no lo pudo ver Miguel ese día de otoño de 1568 ya que se empezó a construir en 1610 por orden de Cristóbal Gómez de Sandoval y Rojas, duque de Uceda, e hijo del todopoderoso Duque de Lerma, pero sí lo pudo contemplar durante sus últimos años de vida en esta Villa. En los terrenos que ocupa estaban las casas pertenecientes a las influyentes familias de los Porras y Bozmediano. En una de ellas vivió don Juan de Austria, hermanastro del rey Felipe II y capitán general de la flota cristiana que derrotó a la armada turca en Lepanto, en octubre de 1571.  Adquirido por el Estado en 1747, ha sido utilizado como sede de los Consejos Supremos de Castilla e Indias, Órdenes y de Hacienda, Contaduría Mayor y Tesorería General, y en nuestros días como Capitanía General Militar y Consejo de Estado. De piedra y ladrillo dispone de dos patios interiores, que se conservan tal y como dibujó Texeira, no así las dos torres laterales iniciales.

Iglesia Catedral de las Fuerzas Armadas

En la subida por la calle del Petril de los Consejos, a la derecha, pocos metros antes de llegar a esta calle Mayor, he dejado la Iglesia Catedral de las Fuerzas Armadas de España, que ahora observo de frente. Otro edificio que tampoco vio Miguel. Se mandó construir en 1615 por el mismo duque de Uceda, para albergar un convento de monjas bernardas con el nombre del Santísimo Sacramento, aunque no se comenzó a levantar hasta casi medio siglo después, en 1671. Del convento solo queda esta iglesia. Desde 1980 es la sede del Arzobispo Castrense, cambiando su nombre a Iglesia Catedral de las Fuerzas Armadas.

Instituto Italiano de Cultura

En frente, del Edificio de los Consejos y de la Iglesia Catedral de las Fuerzas Armadas, veo otro magnífico edifico palaciego construido entre 1653 y 1655, que ya es dibujado por Teixeira con un torreón con chapitel al lado derecho. Mandado construir por Juan de Valencia, el edificio ha pasado por diversos propietarios. Comprado en 1842 por los duques de Abrantes fue reformado tomando la apariencia actual. En 1888 es vendido al estado italiano para su embajada en España, reformándose la imagen de la fachada con las pinturas en el tercer piso, que hoy distinguimos. Al trasladarse la embajada italiana a otro edificio de la capital pasó a ser la sede del Instituto Italiano de Cultura.

Entre la calle Factor y el actual Edificio de los Consejos estaba la Puerta o Arco de Santa María, una de las puertas de acceso con las que contaba la muralla musulmana de Madrid, que por el deterioro se reformó en un arco grande del mismo pedernal de la muralla. En 1569, un año después de pasar Miguel por ella se demuele para ensanchar el paso por esta calle Mayor, que servirá para  preparar la entrada solemne de la reina Ana de Austria, nueva esposa de Felipe II, a Madrid en el otoño de 1570.

En la fachada del edificio de la calle Mayor, entre las calles Factor y San Nicolás, sobre uno de los restaurantes centenarios de Madrid, hay una placa que dice: «Junto a este lugar se situó hasta 1569 la Puerta o Arco de Santa María perteneciente a la muralla de la Almudena, fortaleza del Madrid musulmán»

No había andado Miguel más de cien metros cuando a su izquierda dos señoras enlutadas entran por la puerta del convento de la Salutación de Nuestra Señora. Un sentido clamoreo a muerto, de sus nuevas campanas,  recuerda a la reina Isabel.

Lugar en el que se encontraba el convento de la Salutación o de Constantinopla

Llego enfrente de un edificio civil que ocupa parte del solar donde estuvo el convento de la Salutación. Este convento fue mandado construir unos pocos años antes de pasar Miguel por delante de él, para acoger la comunidad de monjas de Santa María de Rejas. En el altar de su iglesia se veneraba una imagen de la Virgen traída desde Italia, donada por una de las primeras monjas en su ingreso a esta comunidad, y que había estado en la cueva de un monje ermitaño cerca de Constantinopla. Por este motivo también se le conocía como convento de Constantinopla. En el plano, Texeira dibuja la fachada del convento y la iglesia en su parte trasera, anotándolo como «XXXIV Convento de la Salutacion que se Entitula N. Sra de Constantinopla».

El convento estuvo aquí hasta que fue desamortizado por el Estado en 1836 y sus monjas tuvieron que marcharse al convento de la Concepción. En 1840 fue demolido dando paso a las nuevas calles de Calderón de la Barca y Juan de Herrera.

Casa palacio del marqués de Cañete, hoy Centro Sefarad-Israel

En frente de la fachada de este edificio veo una casa palacio que ocupa una manzana entera. Aunque es coetáneo a Miguel, aún no estaba construido cuando él pasó por aquí en 1568. Es el palacio del marqués de Cañete, construido entre finales del siglo XVI y principios del XVII, por lo que sí lo pudo ver en su parte final de su vida. Texeira lo dibuja enfrente del convento de Constantinopla. Residencia del marqués de Cañete, después lo fue del duque de Nájera y del marqués de Camarasa. En el siglo XIX pasó a ser propiedad y de uso municipal al estar junto al edificio del Ayuntamiento de la Villa. En 2006, el Ministerio de Asuntos Exteriores, junto a la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de Madrid instituyen el Centro Sefarad-Israel, que actualmente se encuentra albergado en este edificio.

Miguel ya ha alcanzado a su maestro. Justo después de pasar delante del convento de Constantinopla, detrás de uno muro, unos gritos desesperantes le inquietan. Son de algún recién encarcelado que está en la cárcel de la Villa suplicando justicia.

Pero los gritos se diluyen en el bullicio que encuentra en la Plazuela de la Villa. De la torre y las casas de los Lujanes cuelgan grandes colgaduras de terciopelo negro. Del pórtico de la iglesia del Salvador acaba de salir un pregonero con el bando del último acuerdo que los alcaldes y regidores acaban de tomar en su interior. Gran cantidad de gente se agolpa a su alrededor, y la plaza enmudece. El maestro López de Hoyos y Miguel a su lado, se paran en mitad de la plazuela, junto a la fuente, y escuchan los acuerdos voceados con el rintintín popular del pregonero, que tiene que elevar su voz todo lo que puede ante el clamoreo de las campanas, que tiene justo encima de su cabeza. El ayuntamiento manda a los madrileños a mantener el recato y la compostura durante los días en los que se están celebrando las exequias reales por la reina y les insta a que asistan a las procesiones que en sus calles harán personalidades reales, de la Corte y la Iglesia, muchos llegados para este fin desde diversos lugares de España, así como embajadores de otros países del mundo. Así mismo, hace saber que una vez terminadas estas honras reales se harán los actos municipales en memoria de la reina Isabel, con el encargo expreso al Estudio de la Villa para su ornamento y puesta en escena en el interior de la iglesia de las Descalzas Reales, de epitafios y demás obras en recuerdo a la reina. Miguel alza su cabeza y mira a su maestro, este, con semblante serio, asimismo le mira poniéndole la mano encima de su hombro. A Miguel, un escalofrío que nunca antes había sentido le recorre el cuerpo.

El respeto por la muerte de la reina, muy querida en la Villa, se aprecia en el silencio sepulcral que hay en este momento en la plazuela, aun cuando el pregonero termina y a paso largo, seguido de dos alguaciles, se dirige a otra parte cercana de la Villa con el bando. López de Hoyos reanuda su camino y Miguel, después de beber un poco de agua fresca de uno de los caños dorados de la fuente, le sigue a unos pasos.

Edificios construidos sobre el lugar donde se encontraba la iglesia de San Salvador

Llego a la Plaza de la Villa. Una de las más antiguas de Madrid, conocida como plazuela de la Villa o plaza de San Salvador en tiempo de Miguel, por la iglesia que presidía la plaza, que además de parroquia servía de sala de reuniones, a veces casi a diario, del Concejo madrileño. Texeira marca esta iglesia parroquial con la letra B. Alcaldes y regidores se reunían en una pequeña sala capitular, situada encima del portal de la iglesia. La torre de la iglesia, conocida como la Atalaya de la Villa, sus campanas y el reloj eran propiedad de la villa. En 1842 se derribó la iglesia dando paso a un edificio civil. En su fachada hay una lápida de granito, de reciente fábrica, recordando la ubicación de la iglesia.

Edificio del Ayuntamiento de Madrid

A la derecha, en el espacio que hoy ocupa el edificio del Ayuntamiento de la Villa  estaban los muros de la Cárcel de la Villa, que Texeira marca en su plano con el 25, y las casas propiedad de Juan de Acuña, que llegó a ser presidente del Consejo de Castilla y del Consejo de Indias. En una de estas casas estaba una de las dos carnicerías públicas que contaba la villa, pero esta solo servía carne a los hidalgos sin sisa, sin impuestos. En 1615, el Concejo madrileño compra estos terrenos para construir el edificio de su ayuntamiento. En mitad del siglo XVII comienzan las obras de este magnífico edificio terminándose en 1692. Es la sede del ayuntamiento desde entonces, aunque la alcaldía se trasladó en 2007 a la plaza de la Cibeles.

Al fondo la trasera de la casa del Cardenal Cisneros

Al fondo de la plaza, vemos la trasera de la casa del Cardenal Cisneros, construida por orden de Benito Jiménez de Cisneros, sobrino del Cardenal Cisneros, en el año 1537. Aquí estaban las antiguas caballerizas de la casa, como así las vio Miguel y Texeira las dibuja en su plano. Rehabilitada en el siglo XX forman parte de las dependencias municipales.

Torre y casas de los Lujanes

El lateral opuesto al edificio del Ayuntamiento de la Villa está ocupado por la torre y las casas de los Lujanes, poderosa y rica familia aragonesa. De estilo gótico-mudéjar fue construida en el siglo XV y aún conserva los escudos de la familia. Son los edificios civiles más antiguos de Madrid.

Casi en el mismo lugar donde estaba la fuente de la plaza, se encuentra la estatua de bronce a don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz. A este personaje, capitán general de la Mar Océano durante el reinado de Felipe II, bien pudo verlo Miguel aquellos días de otoño fúnebre madrileño. Obra magnífica de Mariano Benlliure.

No habían andado cien metros cuando el maestro pasa por la calle de San Miguel. Un poco más abajo está la iglesia dedicada al arcángel protector, en la que también clamorean sus dos viejas campanas. Miguel mira la torre de la iglesia y vuelve a persignarse sin parar de andar, esbozando una sonrisa cómplice, de agradecimiento, susurra ―¿Quis sicut Deus?―.

A su izquierda, Miguel mira a un niño que está sentado en el poyo de la puerta de una casa con la mirada perdida en unos papeles que tiene entre sus manos. Se para delante de él, a Miguel le atraía cualquier papel que tuviese algo escrito, y los dos se miraron.

    ―¿Qué son esos papeles que miras con tanto provecho?― le preguntó Miguel.

    ―Mi madre dice que es poesía, pero no la entiendo muy bien todavía ― le contestó el niño.

   ―Yo estudio gramática en el Estudio, allá más abajo ―volviéndose a señalar hacia el oriente― y también me gusta la poesía, ¡ya he escrito varias composiciones! Mi maestro es aquel del gabán marrón oscuro con un cartapacio en la mano, se llama don Juan López de Hoyos― le dijo orgulloso Miguel.

   ―Tengo casi seis años y ya se leer y escribir. Mis padres me han dicho que pronto podré ir yo también al Estudio, a lo mejor nos hacemos amigos ―le dice el niño.

    ―Seguro. Me voy que mi maestro no espera, ¿cómo te llamas? ―le preguntó Miguel.

    ―Lope, me llamo, ¿y tú?

    ―Miguel.

Miguel, siguió presuroso los pasos de su maestro, mientras Lope le miraba con cierta envidia.

Pasan por debajo de la Puerta de Guadalajara. Al otro lado, Miguel vuelve la cabeza y mirando hacia arriba se persigna de nuevo, una imagen de la Virgen con el Niño en brazos situada en una hornacina de la muralla custodiaba la antigua entrada a la Villa. Aquí de nuevo hay mucha gente arremolinada alrededor del pregonero. Ellos siguen su camino, ya conocen el bando. A su derecha queda la plaza del Arrabal, llena de gente vendiendo y comprando. Dejan la calle Mayor y comienzan a caminar por la calle de San Ginés.

Plaza de San Miguel

Llego a la pequeña plaza de San Miguel. Muy bulliciosa durante todo el día. El edificio modernista del Mercado de San Miguel, de principios del siglo XX, acoge ahora a multitud de puestos de todo tipo de gastronomía gourmet. Pocos de los que hoy están dentro, disfrutando de la cuidada gastronomía madrileña y española, saben que este edificio se construyó sobre el antiguo asentamiento de la iglesia de San Miguel de los Octoes, una de las más antiguas de Madrid, que fue demolida en 1803 al verse muy afectada por el devastador incendio de la plaza Mayor en 1790. Desde aquí pudo ver Miguel la torre de su iglesia. Texeira dibuja la iglesia con la letra L.

Lugar donde se encontraba la Puerta de Guadalajara

Unos metros más delante por la calle Mayor, a mi izquierda, una placa en la fachada de un edificio convertido hoy en hotel, horriblemente pintada su fachada bajo mi punto de vista, recuerda que en otro edificio existente aquí en el siglo XVI nació Lope de Vega «llamado Fénix de los Ingenios». Unos días después, el 6 de diciembre de 1562, lo bautizaban sus padres en la cercana iglesia de San Miguel. Enfrente de esta placa, en la otra acera, veo otra que dice: «Junto a este lugar se levantó hasta 1582 la Puerta de Guadalaxara la más importante de la muralla medieval madrileña».

La Puerta de Guadalajara, adosada a la muralla medieval, fue uno de los accesos más antiguos e importantes a la villa. Por ella se salía de la villa con dirección a Alcalá de Henares y Guadalajara, por eso su nombre. Alrededor de esta puerta había siempre mucha animación por su cercanía a la plaza del Arrabal, hoy plaza Mayor, donde se arremolinaban gentes variopintas.

Según la describía el mismísimo López de Hoyos en otro de sus trabajos a la Villa, la puerta tenía dos torres laterales unidas con un matacán, una especie de pasillo almenado muy útil para la defensa de la puerta, construida toda de pedernal y sillería berroqueña. Sobre la puerta había una capillita en una hornacina de la muralla con una imagen de la Virgen con el Niño en brazos.

Estuvo en pie hasta 1582. Durante las fiestas conmemorativas de la victoria de la flota española, mandada por don Álvaro Bazán, el mismo que he visto en la plaza de la Villa, sobre la flota francesa cerca de la isla Terceira, en julio de 1582, y que reafirmó al rey Felipe II como también rey de Portugal, el ayuntamiento de la Villa mandó instalar en la Puerta de Guadalajara gran cantidad de luminarias, que descontroladas prendieron fuego a toda madera de la puerta, arruinando también el resto. Poco después se mandó demoler por completo, favoreciendo así el ensanche de esta parte de la calle Mayor. Aunque no quedó vestigio alguno de ella, durante mucho tiempo se siguió conociendo esta parte de la calle Mayor junto a la plaza de san Miguel como la Puerta de Guadalajara, como también anota Texeira en su plano sobre la calle Mayor.

El bullicio que hay en esta zona de Madrid es similar a la que Miguel pudo sentir también cuando pasara por aquí en 1568. Junto a ella el pregonero voceaba los bandos delante de mucha gente de todo tipo y condición.

Esa imagen y fama de la gente que por allí trajinaba la trasladó después Cervantes a sus obras. Por ejemplo, en el entremés El vizcaíno fingido dice Brígida: «Has de saber, hermana, que, viniendo agora a verte, al pasar por la puerta de Guadalajara, oí que, en medio de infinita justicia y gente, estaba un pregonero pregonando que quitaran los coches, y que las mujeres descubriesen los rostros por las calles».

En otro de sus Ocho entremeses, el titulado El Juez de los divorcios, Doña Guiomar comenta de la fama de este lugar: «Quiero decir que pensé que me casaba con un hombre moliente y corriente, y a pocos días hallé que me había casado con un leño, como tengo dicho; porque él no sabe cuál es su mano derecha, ni busca medios ni trazas para granjear un real con que ayude a sustentar su casa y familia. Las mañanas se le pasan en oír misa y en estarse en la puerta de Guadalajara murmurando, sabiendo nuevas, diciendo y escuchando mentiras».

En el Quijote vuelve a criticar el tipo de gente que por alrededor de la puerta de Guadalajara se podía encontrar a diario. Esto le cuenta Doña Rodríguez a don Quijote: «Acudieron dos lacayos suyos a levantarla, y lo mismo hizo el alcalde y los alguaciles; alborotose la puerta de Guadalajara, digo, la gente baldía que en ella estaba; vínose a pie mi ama, y mi marido acudió en casa de un barbero diciendo que llevaba pasadas de parte a parte las entrañas» (Q 2, 48).

Calle de entrada a la Plaza Mayor

Sigo unos metros, a mi derecha, de nuevo, veo el edificio del bullicioso Mercado de San Miguel, y de frente veo una calle estrecha que da por uno de sus arcos a la plaza Mayor.

Esta plaza no la vio así Miguel. Aunque durante el reinado de Felipe II la irregular plaza del Arrabal fue acomodándose lo mejor que se pudo al comercio que en ella se ofertaba, las casas eran de muy pobre factura. Su sucesor Felipe III mandó su demolición completa y la construcción de una nueva plaza a la altura de la Villa y Corte madrileña. La empresa fue encomendada a Juan Gómez de Mora, discípulo de Juan de Herrera, el arquitecto de El Escorial, que la terminó en 1619, en solo dos años de trabajos. 

Calle del 7 de Julio. Al fondo la plaza Mayor

Sigo unos pocos metros por la calle Mayor. A mi derecha queda la estrecha calle del 7 de Julio que también hace de acceso a la siempre concurrida plaza Mayor.

Maestro y discípulo bajan por la calle de San Ginés. El sonido de las campanas de la iglesia atruena la calle. En unas casas municipales que hay junto a la iglesia, muchos madrileños hacen su compra en la carnicería, en silencio.

Mientras Miguel se persignaba y miraba los escudos reales adosados a su muro, su maestro también se para y le dice con voz entrecortada:

―Hace exactamente un año bautizó aquí don Juan de Austria a su sobrina la infanta Catalina Micaela, y hoy, con solo un añito de vida, llora a su madre, la reina.

―Con la alegría del nacimiento yo le escribí a la reina un soneto ―dijo Miguel.

Es la primera vez que Miguel ve los ojos de su maestro inundados de lágrimas. Unos segundos después reanudan su camino a las Descalzas Reales, que ya alcanzan a ver a lo lejos.

Cruzan la calle del Arenal. Hace unos meses que se había canalizado el arroyo que vertía las aguas, limpias y sucias, en la Huerta de la Priora y no les hizo falta vadear su cauce por el antiguo puentecillo.

A unos ciento cincuenta metros después llegan a la plazuela de las Descalzas Reales. A la izquierda de la plazuela, la iglesia convento de San Martín también toca a muerto. Los campaneros de ambos conventos tocan al unísono y algo más lento que el resto de iglesias y conventos por los que han pasado. La plaza retumba a cada golpe de las campanas. El olor penetrante a incienso del aire y este clamoreo tan lastimoso estremecen a Miguel mientras cruza la plazuela. Unos pocos pasos más y llegan delante de las puertas de la iglesia de las clarisas descalzas. Las puertas están cerradas, el maestro aporrea la puerta con su mano mientras Miguel, perturbado aún, contempla las ricas colgaduras y pendones reales de la fachada, y se aproxima instintivamente todo lo que puede a su maestro, rozando con la mano su gabán. Se entreabre la puerta, el maestro susurra su nombre y vuelve a cerrarse. Al poco vuelve a abrirse y los dos entran.

Calle de San Ginés, hoy de Bordadores, desde la calle Mayor

Enfrente de esta estrecha calle del 7 de Julio veo la iglesia de San Ginés. Cruzo la calle Mayor por el paso de cebra y avanzo por la calle de los Bordadores, conocida así por concentrarse en ella gran cantidad de maestros en este oficio.

Iglesia de San Ginés

La iglesia de San Ginés es también de las más antiguas de Madrid. Se edificó en el siglo XII a las afueras de las murallas de la Villa. La fábrica de la iglesia que veo hoy no es la misma que vio Miguel. La antigua iglesia de estilo mudéjar fue casi totalmente demolida en 1641 y reestructurada tal como la vemos hoy, siendo dibujada ya pocos años después por Texeira que la marca en su plano  con la letra D. Después de varios incendios, durante los siglos XVIII y XIX, la fachada de la calle Arenal es reformada con estilo neo-plateresco, que es la que hoy vemos con las reformas necesarias después de la Guerra Civil.

Dejo a mi derecha la iglesia de San Ginés, cruzo la calle del Arenal y encaro la calle de San Martín. Al fondo ya veo una parte del convento de las Descalzas Reales.

Casa de las Alhajas

El edificio último a la izquierda, que hace esquina con la plaza, es el Casa de las Alhajas, construido sobre el solar que ocupaba la iglesia del convento benedictino de San Martín. Este convento era también de los más antiguos de Madrid, llegando a ser una de las parroquias de la Villa. A principios del siglo XIX, con la invasión francesa, para dar más ensanche a esta plaza, José Bonaparte manda derribar la iglesia que daba a la plaza, y en 1836, con la desamortización de Mendizábal el convento pasa a ser propiedad del Estado, siendo demolido totalmente en 1868. Unos años después se construye este edificio para albergar las subastas de las joyas empeñadas en la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid.

Convento de las Descalzas Realaes

Al fondo de la plaza está el convento de las Descalzas Reales, donde fue enterrada y se oficiaron las exequias de la reina Isabel. Juana de Austria, hermana menor del rey Felipe II, fue la fundadora de este convento para clarisas descalzas de Nuestra Señora de la Consolación, en 1554. El convento se construye entre los muros de una casa-palacio que fue de Alonso Gutiérrez, tesorero del rey Carlos I, que después lo cedió a la Corona. En este palacio nació la propia fundadora. Al estar en obras el Alcázar, la reina Isabel de Portugal, esposa del Carlos I, dio a luz aquí a la princesa Juana en 1535.

El 15 de agosto de 1559 las monjas ocupan el convento, aún estando en construcción la iglesia, que se terminó en 1564.  Juana de Austria se retira a pasar el resto de sus días en este convento, más o menos en clausura, hasta su muerte en El Escorial en 1573, siendo enterrada en él.

Además de su fundadora, entre las paredes de este convento moraron su hermana, la emperatriz María y su hija Margarita, además de otras muchas mujeres relacionadas, de una manera o de otra, directamente con la Corona española, lo que justifica la estructura y decoración de parte del convento y las grandes obras de arte que atesora.

En este convento de clausura, la fundadora establece que un máximo de treinta y tres monjas y siete novicias, un total de cuarenta mujeres. Hoy solo hay quince. La casa-palacio original tenía un gran huerto que se conservó para el convento, siendo las monjas autosuficientes con los productos que de él recolectaban. Hoy se sigue conservando y cultivando este huerto por las monjas.

Desde 1960 es en parte visitable, siendo las visitas gestionadas y dirigidas por Patrimonio Nacional. Actualmente está catalogado como Bien de Interés Cultural y Museo Europeo. Hace un mes pude visitarlo, con el privilegio de escuchar a las monjas cantar en el coro. No pude ver la iglesia donde se celebraron las honras fúnebres de la reina Isabel, porque solo está abierta los domingos en el oficio de la misa de mediodía. Volveré.

Como dibujó en el plano de Texeira, el convento de las Descalzas, marcado con XXXIX, estaba unido por medio de un pasadizo elevado con un edificio que se encontraba enfrente, marcado con LXII. Es el convento y hospital de la Misericordia, también fundado en 1559 por Juana de Austria para dar cobijo a sacerdotes y religiosos pobres.

Enfrente del convento de las Descalzas, el rey Felipe V dona un edificio en 1724 para albergar en él el Monte de Piedad de Madrid, fundado en 1702 por el padre Francisco Piquer, capellán de las Descalzas. La capilla se construyó en la esquina de la calle de los Bordadores, hoy de San Martín, enfrente del convento benedictino de San Martín. El acceso a esta capilla tenía desde 1773 una hermosísima puerta barroca, labrada por Pedro de Rivera, que ha sido conservada hasta nuestros días.

Panorámica de la plaza de las Descalzas

En 1838 se fundó la Caja de Ahorros de Madrid, ocupando el mismo edificio que el Monte de Piedad. Ambas instituciones se fusionan en una sola en 1869. Justo un siglo después se derriba todo el edificio para construir una sede central nueva. La puerta de Rivera se desmontó y se trasladó a la fachada principal de este edificio, enfrente del convento de las Descalzas. Hoy es el acceso a un hotel que ocupa los antiguos terrenos del Hospital de la Misericordia y del Monte de Piedad de Madrid.

Me siento en un banco junto a la puerta de Pedro de Rivera, a la sombra. Son las cinco de la tarde y no entra ni sale nadie del hotel.  Tampoco veo a nadie por la fachada del convento de las Descalzas, completamente al sol. Madrid sestea. Mirando desde aquí el convento varias consideraciones y preguntas me surgen después de recorrer el espacio que separa el Estudio de la puerta de su iglesia.

Si López de Hoyos había sido nombrado para el cargo de catedrático del Estudio de la Villa de Madrid en enero de 1568.

Si a este Estudio de Madrid acudían los muchachos que ya sabían leer y escribir con una edad de entre ocho a diez años, para formarse durante seis años en los conceptos de la Gramática, saliendo con una edad de entre los quince o dieciséis años preparados para ingresar en una universidad.

Si el maestro López de Hoyos afirma explícitamente en la Relación de las honras fúnebres a la reina que «en torno al túmulo hubo todas estas letras, que de más de los ejercicios en latín que en el estudio hicieron nuestros discípulos…», que «estas cuatro redondillas castellanas, a la muerte de Su Majestad, en las cuales como en ellas parece, se usa de colores retóricos y en la última se habla con su Majestad, son con una elegía que aquí va de Miguel de Cervantes, nuestro caro y amado discípulo», y que en esta «elegia de Miguel de Cervantes en verso Castellano al Cardenal en la muerte de la Reyna, tratanse en ella cosas harto curiosas con delicados conceptos».

Si se conocen datos biográficos de otros autores de su época, incluso coetáneos al Miguel alcalaíno, como los de Mateo Alemán. El autor del Guzmán de Alfarache, también en dos partes (1599 y 1604), nace en Sevilla en 1547, el mismo año que el alcalaíno, y muere en México en 1614, dos años antes que el alcalaíno, se gradúa bachiller en Artes y Filosofía en junio de 1564, con diecisiete años, y termina el grado de medicina en la universidad de Alcalá de Henares en 1568, con veintiún años.

Si el mismo Mateo Alemán, en su Ortografía Castellana, publicada en México en 1609, criticaba la forma de enseñar a leer antes que a escribir, perdiéndose mucho tiempo de aprendizaje, afirmando: «… pues comenzábamos niños, y salíamos casi barbados a la Gramática, pasándose lo mejor de la vida, entre coplas del marqués de Mantua y fecha la plana».

¿Cómo es posible que en la última biografía de Cervantes, publicada en abril de 2022 y titulada Cervantes, según algunos la más actualizada y completa escrita hasta ahora, escrita por Santiago Muñoz Machado, actual director de la Real Academia Española de la Lengua, se afirme que: «Aprende de niño en la escuela de López de Hoyos. Permanece solo unos cuantos meses y no ha sido concretado si como alumno o, dado que Cervantes ya pasaba de los veinte años y su edad ya desentonaría con la de los demás estudiantes, más jóvenes, tal vez como colaborador del maestro»? ¿Colaborador del maestro, cuando este mismo maestro llama a Miguel explícitamente su «amado discípulo»?

¿Por qué se trata de mantener todavía hoy que en octubre de 1568 el alcalaíno siga sentado en el Estudio de la Villa,con veintiún años y posiblemente bien barbado, cuando otro innovador de la literatura española, Mateo Alemán, acababa de licenciarse hacía unos meses como médico en Alcalá de Henares?

Si como ya sabemos, después de haber estado más de cien años guardado el documento en un cajón de un archivo estatal español, en la relación de ayudas que don Juan de Austria dio a los heridos en la batalla de Lepanto, que aún estaban en el hospital de Mesina en marzo de 1572, había dos Migueles con el mismo apellido de Cervantes.

¿No es posible que el autor de estas composiciones poéticas a la muerte de la reina en 1568 sea otro Miguel distinto al alcalaíno, con una edad más idónea para estar formándose en el Estudio de López de Hoyos? ¿Quién era ese otro Miguel?

Si monseñor Acquaviva estaba presente en Madrid durante las honras de la reina y fácilmente, por su condición de embajador del Papa, pudo asistir a las honras donde estaban expuestos los trabajos de los alumnos del Estudio, entre los que destacaban los de Miguel de Cervantes.  

Si en el prólogo de  La Galatea (1585), Miguel de Cervantes indica con orgullo ser «su camarero en Roma», refiriéndose a Giulio Acquaviva, esta estrecha relación con tan importante personaje de la curia romana debió de mantenerse al menos entre mayo de 1570, fecha de nombramiento como cardenal, y su decisión de alistarse en la escuadra cristiana, que derrota a la turca en Lepanto de octubre de 1571. 

¿Se pudo interesar monseñor Acquaviva en el autor de esos trabajos?  ¿lo conoció personalmente? ¿le propuso viajar a Roma donde seguir formándose en su palacio de rica y completa biblioteca, convirtiéndose en uno de sus camareros?

Si todo esto pudo ocurrir entre octubre y diciembre de 1568 ¿lo nombra explícitamente López de Hoyos en la Relación a la reina, publicado en 1569, porque conoce que se ha ido con el séquito de Acquaviva a Roma? ¿Se estaba despidiendo de su «amado discípulo»?

Mi conclusión, después de estas consideraciones y preguntas que me he hecho, es que el Miguel que he seguido en la ficción por este corto recorrido por el Madrid más antiguo, entre las puertas del Estudio de la Villa y de la iglesia del convento de las Descalzas Reales, no es el Miguel alcalaíno. Este, en octubre de 1568, contaba ya con veintiún años, edad imposible para sentarse en los estrechos y destartalados pupitres del Estudio madrileño. El «amado discípulo» del humanista Juan López de Hoyos, que ya «usa de colores retóricos» y «delicados conceptos» en ese octubre de 1568 es, sin duda alguna, otro Miguel de Cervantes.

Y me surge otra pregunta, antes de marcharme a un lugar más fresquito, ¿quién era este Miguel? Pero, como respondería Sancho Panza, “esto es harina de otro costal”.

Termino este artículo el día 15 de agosto, festividad de la Asunción de Nuestra Señora, también de Nuestra Señora del Alcázar, de Begoña, de la Paloma, de Los Reyes, del Sagrario, del Prado… Felicidades a todos los lugares de España, y del mundo, que hoy están de fiesta grande entre sus calles y plazas.

                                                   Luis Miguel Román Alhambra

Para leer y mirar más entretenido:

Relacion de la muerte y honras funebres del SS. Principe D. Carlos, hijo de la Mag. Del Catholico Rey D. Philippe segundo nuestro señor. Juan López de Hoyos. Madrid, 1568. BNE

Historia y relación verdadera de la enfermedad felicísimo transito, y sumptuosas exequias fúnebres de la Serenisima Reyna de España doña Isabel de Valois. Juan López de Hoyos. Madrid, 1569. BNE

Alvar Ezquerra, Alfredo. El Madrid que se habría encontrado Cervantes en La Corte de las Letras, Imprenta Municipal, Madrid 2017.

Marín Perellón, Francisco José. Madrid entre dos centurias: Cervantes en la Corte de las Letras, Imprenta Municipal, Madrid 2017.

Mesonero Romanos, Ramón. El antiguo Madrid, paseos históricos-anecdóticos por las calles y casas de esta villa, Establecimiento Tipográfico de don F. de P, Mellado, Madrid, 1861. BNE

Escritura de fundación del Convento de monjas franciscanas descalzas de Madrid, por Doña Juana de Austria, 9 de Agosto de 1572. Monasterio de las Descalzas Reales. BNE.

Texeira, Pedro. Topographia de la Villa de Madrid, 1656. BNE.

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IBÁÑEZ D.E.P

Francisco Ibáñez Talavera (Barcelona 1936-2023). Fotografía de 20Minutos

El pasado día 15 de este caluroso mes de julio nos ha dejado Francisco Ibáñez, un genio del cómic español que nos llevaba haciendo reír a carcajadas más de cincuenta años. Nació en Barcelona en el año 1936 y ha muerto en la misma ciudad catalana.

Son muchos los personajes que ha creado y que forman parte del recuerdo de varias generaciones de nuestra niñez, juventud y hasta de nuestros días. Mortadelo y Filemón, el Botones Sacarino, Rompetechos, Pepe Gotera y Otilio y todos los inquilinos del famoso edificio 13, Rue del Percebe.

Genial creador, narrador y dibujante, con sus personajes y escenas hace que el lector se meta de bruces en su fábula, haciéndole reír, a veces a carcajadas. En sus viñetas, como en un espejo, nos podemos sentir identificados, sociedad y uno mismo si lo hacemos con humor. Leyéndolas, y mirándolas, por unos minutos nos olvidamos de los problemas del día a día embutiéndonos en la vida disparatada de sus personajes. El humor cura las desdichas, e Ibáñez con su descacharrante y maravilloso humor es capaz de curarlas en minutos, como si fuese el cervantino Bálsamo de Fierabrás.

Algunas veces es necesario estar varios segundos delante de una sola de las viñetas para ser capaz de apreciar todos sus detalles. El tiempo de la historia se para, ahora toca observar los detalles de la ilustración. Detalles que pueden pasar desapercibidos y tras otra nueva mirada los descubres como por encantamiento. Igual que la novela de Cervantes, las historias de Ibáñez hay que leerlas, y mirarlas, despacio, a veces una y otra vez. Y como ocurre con el Quijote, la viñeta que hoy miro y me dice una cosa, hace años me decía otra distinta, pero siempre haciéndome reír.

Quijotes de la familia Román-Bustamante

Para celebrar la aparición en 1958 del primer Mortadelo y Filemón, la editorial Círculo de Lectores publicó en 2008 un especial Mortadelo y Filemón 50aniversario con el título Mortadelo de la Mancha. Como socios de la editorial, el pedido de ese mes fue este ejemplar lujosamente encuadernado. Entre los casi cien ejemplares de ediciones del Quijote que disponemos en casa, uno de ellos es este Mortadelo de la Mancha, que hoy he vuelto a hojear. Primero con tristeza, pero al pasar unos minutos Ibáñez ha vuelto a hacerme reír, como siempre. ¡Solo tenía que fijarme en la cara de este Caballero de la Triste Figura y de su flaco Rocinante, al salir de ese singular molino!

Como agentes secretos de la T.I.A. son elegidos para probar el nuevo invento del profesor Bacterio: el Transmutador trifásico de erudición retoricointelectiva. Según Bacterio, con este aparatejo en pocos segundos se asimilan todos los conocimientos de cualquier libro, «como quien digiere una ración de garbanzos». El objetivo del superintendente Vicente era que tuvieran los conocimientos y habilidades de un gran agente secreto. Arrastrados a la fuerza hasta la maquineja sufren la descarga de un libro de James Bond, pero la eficiente Ofelia había puesto las pastas del libro del Agente 007 a un Quijote, al que se le había caído el rímel encima… Por lo que ahora son los agentes Mortadelo de la Mancha y Filemoncho Panza.

…  Mortadelo de la Mancha ve unos molinos que a él le parecen gigantes…

… a Mortadelo de la Mancha no se le reconocería en el mundo por generaciones y generaciones si no es por su famoso Yelmo de Mambrino

… y más tarde, el mismo Ibáñez nos mete en la aventura de los leones, dando  Mortadelo de la Mancha libertad a un león que transportaba un camión del Zoo…

… y cómo no, también da libertad a unos presos condenados por algunas “cosillas”…

Decía Ibáñez que él nunca había leído completo el Quijote, que lo hacía por partes, por aventuras, y nos dejó esto. ¡Solo un genio del humor puede interpretar así a otro genio del humor!

Un consejo manchego para el resto de verano. Después de este tiempo electoral en España, en el que el profesor Bacterio con su Transmutador ha inducido a los políticos el extraño tratado de ciencias políticas Un escaño al año no hace daño, con algún cortocircuito que otro, apaga el móvil, acércate a un kiosco o librería y compra un Mortadelo y Filemón, busca el lugar que más te guste para sentarte o tumbarte, prepárate un salutífero bálsamo fresquito y deja que Ibáñez haga que te rías de ti y de tu sociedad, que mucha falta nos hace. No ocultes tus carcajadas, que quien te vea dirá “ese que ríe está leyendo un Mortadelo y Filemón”. ¡Quizás el humor sea el antídoto bacteriano ante tanta desventura, agravios, entuertos y desaguisados!  

¡Que en paz descanses, Maestro Ibáñez! Con tu marcha aquí nos hemos quedado hechos fosfatina, aunque ahora allí estarán despachurrados de la risa.

P.D. Volvía de pasar unos días de vacaciones con unos amigos en un camping de Benidorm. Era junio de 1980. En la estación de ferrocarril de Alicante esperábamos la salida del exprés nocturno que nos traería a Alcázar de San Juan de madrugada. No había comido nada desde mediodía y solo me quedaban 100 pesetas en el bolsillo, 60 céntimos de euro actual, lo justo para comprar un bocadillo y una cerveza en la ajetreada cantina de la estación. Antes había visto que en el kiosco de la prensa había un Mortadelo y Filemón ¡especial de verano!, con muchas historias de todos los personajes de Ibáñez, y costaba 100 pesetas. No tuve dudas. Ya desayunaré mejor en casa en cuanto llegue al día siguiente, me dije para conformar a mis tripas, y me compré mi Mortadelo. Llegué muerto de hambre pero harto de reír.

                                                    Luis Miguel Román Alhambra

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LA FAMOSA ÍNSULA BARATARIA

Sancho Panza entrando como gobernador en la Ínsula Barataria. Jaime Pahissa, 1904

Si hoy preguntamos ¿qué es una ínsula?, la mayoría respondería que una isla, o, recordando las primeras lecciones de Geografía: «Una porción de tierra rodeada de agua por todas partes».

¿Y si lo hacemos a los primeros lectores del Quijote,a principios del siglo XVII? Muchos responderían que «trozos de tierra cercadas de aguas, como una isla».

¿Y si se lo preguntamos a Sancho Panza? Posiblemente no sabría muy bien qué contestar después de la burla de los Duques, solo que estuvo en «una ínsula llamada la Barataria» y que «diez días la goberné a pedir de boca».

El primer diccionario de la RAE, el conocido de Autoridades (1734), dice de ínsula: «es lo mismo que isla, que es como oy se dice. Usabase mucho en lo antiguo, especialmente en los libros de Caballerías. Se llama en estilo jocoso qualquier Lugar pequeño ù gobierno de poca entidad. Dicese à semejanza de la que fingió Cervantes en su Don Quixote haberse dado á Sancho Panza su Escudero». Y de isla: «Una parte de tierra rodeada enteramente de agua, en algún rio ò en el mar, donde son mas freqüentes. Analogicamente significa un conjunto de casas, cercado por todas partes de calles»

La RAE, actualmente en su diccionario, define ínsula como:

Del latín

1. Lugar pequeño o gobierno de poca entidad, a semejanza del encomendado a Sancho en el Quijote.

2. Isla (porción de tierra rodeada de agua).

Pero ¿qué espacio geográfico era realmente la famosa Ínsula Barataria?

Aunque con ese nombre aparece en la segunda parte del Quijote (1615), es al comienzo de la primera parte (1605) cuando Cervantes utiliza por primera vez la palabra ínsula. Es cuando don Quijote convence «a un labrador vecino suyo, hombre de bien —si es que este título se puede dar al que es pobre—, pero de muy poca sal en la mollera» para que le sirviese de escudero, y le persuade especialmente con una promesa: el hacerle gobernador de una ínsula que ganase en alguna de las aventuras, de las muchas que tendría.

A Sancho esta promesa no se le olvidará nunca, «y rogaba a Dios en su corazón fuese servido de darle vitoria y que en ella ganase alguna ínsula de donde le hiciese gobernador, como se lo había prometido» (Q1, 10). Él sabe el valor que tiene, aunque prediciendo el valor de la fórmula del bálsamo de Fierabrás tendría llegó a proponer a don Quijote su renuncia como gobernador de la ínsula a cambio de la «receta de ese estremado licor» (Q1, 10). Cervantes utiliza la palabra ínsula en treinta y una ocasiones en la primera parte y en más de cien en la segunda.

Para don Quijote, lo que ha prometido a su escudero es la gobernación de una isla. Y si no es posible una isla le recompensará con un reino en tierra firme.  Esto le decía don Quijote después de la aventura con el vizcaíno: «cuando faltare ínsula, ahí está el reino de Dinamarca, o el de Sobradisa, que te vendrán como anillo al dedo, y más que, por ser en tierra firme, te debes más alegrar» (Q1, 10). Y tampoco se le olvida este posible cambio de una isla por un reino en tierra firme a Sancho Panza cuando le dice a don Quijote, después de haberle golpeado con el lanzón en las espaldas por sus burlas en la aventura del batán en Sierra Morena: «que suelen los principales señores, tras una mala palabra que dicen a un criado, darle luego unas calzas; aunque no sé lo que le suelen dar tras haberle dado de palos, si ya no es que los caballeros andantes dan tras palos ínsulas, o reinos en tierra firme» (Q1, 20)

Autores aseguran que Sancho Panza no sabía lo que era una ínsula, aunque él mismo la define casi mejor que cualquier geógrafo de su tiempo. Llorando, junto a la carreta convertida en jaula, camino a casa desde la venta de Sierra Morena le decía a don Quijote: «… ¡Oh liberal sobre todos los Alejandros, pues por solos ocho meses de servicio me tenías dada la mejor ínsula que el mar ciñe y rodea!» (Q1, 52)

En la segunda parte, Sancho sigue esperando nuevas aventuras con la esperanza de su ansiada ínsula. Pero antes, por si acaso la ínsula no llega, quiere pactar un salario de escudero con don Quijote, contando incluso desde cuando le prometió por primera vez la ínsula, como diríamos hoy con efectos retroactivos, «porque en lo de la promesa de la ínsula se ha de contar desde el día que vuesa merced me la prometió hasta la presente hora en que estamos». (Q2, 28)

Los Duques aprovechan la promesa que don Quijote le había dado de regalarle  una ínsula para tramar otra burla, esta vez solo a Sancho Panza. El Duque le concede la gobernación de una villa, y aquí el lío, «que es una ínsula hecha y derecha, redonda y bien proporcionada y sobremanera fértil y abundosa, donde, si vos os sabéis dar maña, podéis con las riquezas de la tierra granjear las del Cielo. (Q2, 42). El Duque, en medio de Aragón, no tiene isla qué darle y lo encamina  «con mucho acompañamiento al lugar que para él [Sancho] había de ser ínsula.» (Q2, 44)

El lugar donde los Duques tramaron hacerle la burla era grande, «un lugar de hasta mil vecinos» unas cuatro mil personas: «Digo, pues, que con todo su acompañamiento llegó Sancho a un lugar de hasta mil vecinos, que era de los mejores que el Duque tenía. Diéronle a entender que se llamaba la ínsula Barataria, o ya porque el lugar se llamaba Baratario, o ya por el barato con que se le había dado el gobierno.» (Q2, 45). Enrique Suárez Figaredo, en sus notas a la segunda parte dice de ínsula Barataria: «isla de ganga, podría leerse. Se llamaba barato al engaño o fraude, y también a la propina que los jugadores daban a los que servían el juego, mirones e informadores». No cabe duda que el nombre dado por Cervantes a la ínsula induciría a las risas entre sus primeros lectores.

Durante el gobierno de Sancho, un paje de los Duques lleva unas cartas y presentes a la mujer de Sancho. Habiendo leído las cartas el cura y Sansón Carrasco, «admirados de lo que habían leído», se fueron con la mujer de Sancho a la cuadra de su casa donde el paje estaba dando de comer a su caballo. El bachiller le pregunta por don Quijote y Sancho, «puesto que habían leído las cartas de Sancho y de la señora Duquesa, todavía estaban confusos y no acababan de atinar qué sería aquello del gobierno de Sancho, y más de una ínsula, siendo todas o las más que hay en el mar Mediterráneo de Su Majestad. A lo que el paje respondió:

—De que el señor Sancho Panza sea gobernador no hay que dudar en ello; de que sea ínsula o no la que gobierna, en eso no me entremeto, pero basta que sea un lugar de más de mil vecinos…» (Q2, 50)

Para el bachiller y el cura una ínsula era una isla, y para el paje también, pero para seguir la burla de los Duques este sale hábilmente airoso con su comentario.

Acertamos a ver como  a Sancho le da igual haber llegado a una isla como a una villa con tal de ser su gobernador: «Y aquella tarde la pasó Sancho en hacer algunas ordenanzas tocantes al buen gobierno de la que él imaginaba ser ínsula (Q2, 51). Lo reafirma el narrador cuando al dejar Sancho la gobernación cuenta que: «Sucedió, pues, que no habiéndose alongado mucho de la ínsula del su gobierno —que él nunca se puso a averiguar si era ínsula, ciudad, villa o lugar la que gobernaba—vio que por el camino por donde él iba venían seis peregrinos con sus bordones» (Q2, 54)

Uno de estos peregrinos era Ricote, un vecino morisco de Sancho, que mantiene esta conversación con él:

—Y ¿qué oficio es el que has dejado, Sancho? —preguntó Ricote.

—He dejado de ser gobernador de una ínsula —respondió Sancho—, y tal, que a buena fee que no hallen otra como ella a tres tirones.

—Y ¿dónde está esa ínsula? —preguntó Ricote.

—¿Adónde? —respondió Sancho—. Dos leguas de aquí, y se llama la ínsula Barataria.

—Calla, Sancho —dijo Ricote—, que las ínsulas están allá dentro de la mar, que no hay ínsulas en la tierra firme.

—¿Cómo no? —replicó Sancho—. Dígote, Ricote amigo, que esta mañana me partí della, y ayer estuve en ella gobernando a mi placer, como un sagitario; pero, con todo eso, la he dejado, por parecerme oficio peligroso el de los gobernadores.

Para Cervantes y sus lectores, para don Quijote, el cura y el bachiller, para los Duques y su paje, para el morisco Ricote una ínsula era una isla, grande o pequeña. Solo en la ignorancia o codicia de Sancho pudo encajar el engaño de los Duques llevándolo a una villa en lugar de a una isla.

La famosa Ínsula Barataria ha trascendido en el tiempo como el lugar donde Sancho Panza gobernó eficazmente, como nadie lo habría hecho, durante el poco tiempo que duró la burla de los Duques.

Hay una afección de ínsula en el diccionario de la RAE actual, heredera del Diccionario de Autoridades, que propongo pueda cambiarse porque no es precisa en parte de su definición: «Lugar pequeño o gobierno de poca entidad, a semejanza del encomendado a Sancho en el Quijote». La famosa Ínsula Barataria, el lugar que gobernó Sancho Panza, no fue un «Lugar pequeño o gobierno de poca entidad» ya que este tenía «más de mil vecinos», unas cuatro mil personas, un lugar importante en el reino de Aragón a principios del siglo XVII, y en el resto de España, ¡y Sancho Panza la gobernó!

                                                          Luis Miguel Román Alhambra

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